Dedos Silenciosos
He vuelto
He buscado, contraído, la versatilidad de mi derrota, y he sentido el placer de desaprender. Ahora vuelvo, con el calor de un claro mensaje.
He vuelto
Me fui y volví, como el tiempo dice. Ahora espero volver a estas fuentes de dolor y aprendizaje. Sabiendo que no todo es elixir por bien que sepa. Vuelvo, y aquí el sol es mas fuerte, incluso con errores ortográficos porque no tengo ganas de enseñar, sino de mostrar, que no es perla ninguna fragancia, ni es sofisticado aquel que crea un reloj. Vuelvo, porque el espíritu me avisa que es hora. Estén preparados.
Nerklees (fragmento)
...¿Qué extrañas fuerzas nos atan a la memoria, a la búsqueda de seguridad y al apego? ¿Para qué nos llenamos de ruido constantemente si lo que somos solo puede ser escuchado en el silencio? Es difícil hablar con certeza para explicarle, lector, que usted no es lo que cree que es, sino, que es una intensidad que pide a gritos ser escuchada, que busca humildad para encontrar una puerta con la cual salir de la prisión de ornamentos que somos. Para poder hablar acerca de ello, es necesario apoyarse en la abstracción, pues, lo que fue designado con el nombre “sí mismo” se encuentra profundamente dormido y es difícil llegar a él para obtener respuestas. Bucear en la inconsciencia puede traernos algunas respuestas pero todas esas respuestas se encuentran también profundamente condicionadas. Si no nos separamos completamente de la experiencia, no podremos observar al experimentador. Lo único que poseemos para encontrar la llave de esa puerta es el Amor. El Amor que une lo conocido con lo desconocido, el Amor que une todas las contradicciones, el Amor esencial que somos. Silencio entonces, que aquello que une todo lo que existe, está dormido profundamente adentro nuestro. Silencio, ya no hay resistencias que oponer al contacto del profundo amor que somos. Aún, con nuestro cerebro condicionado, que es algo muy precario para resistir la embestida cruda del éxtasis y peligroso, para soportar sobre él, todas las mareas que generan el conocimiento de la esencia; debemos buscar el más profundo silencio, esto es dejarse morir de una vez a todo ello que creemos que somos, pues, ya se hace insoportable vivir al filo de una respiración entrecortada que necesita el perfume cautivador y peligroso de la Ilusión...
Me pregunto a menudo si al cabo de algunas sesiones de Yoga o de internarse estudiando filosofías, religiones, ciencias; colmar el cerebro de información, con el cual, por cierto, sólo se condiciona aún más, pueden los hombres obtener el profundo contacto con la esencia de todas las cosas, profundo contacto que sucede cuando sanamos los condicionamientos, cuando activamos nuestros centros a través del verdadero sentir, que siempre tiene como raíz el Amor. Algunos se asustarán, otros se preguntarán que tipo de experiencia es, otros, seguirán con los libros abiertos buscando la liberación de los condicionamientos a través del obsesivo estudio de la vida de los demás, de las órdenes de los demás. Me pregunto, entonces, si no ven estos y aquellos que todo cuanto hacen en sus vidas es superficial. ¡En nombre de todos los Dioses! ¿Nadie observa de sí mismo que no llega a ningún lado? ¿Que sigue viviendo una vida lejana y estéril respecto de su Alma?
Más allá de las visitas de Nerklees, que suceden cuando estoy cansado y dormido, resulta hermoso observar que uno es apenas un niño y a la vez el vehículo de una fuerza descomunal que apenas comprendemos y tal vez nunca aprendamos a sentir.
Podríamos pensar que si vamos a soportar la ignorancia de ser asediados y gobernados temporalmente por una fuerza externa, por los hábitos, por lo aprendido y mal asimilado y digerido, deberíamos tener la inteligencia de observarnos para evitar lo inmensamente cíclico.
Concatenado al sosiego y a la belleza del mundo; no hago más que observarme de un punto a otro haciendo crecer la distancia entre mi ruido y mi silencio.
Lejos, donde las montañas guardan sus secretos inmemorables, descansa el contorno de lo abstracto. Allí hay nieve, y el frío mantiene al corazón alejado del sueño, allí nada muere. Allí los antiguos duermen y las palabras no pueden ni serán jamás pronunciadas, todo será guardado y olvidado mientras no exista el tiempo.
En aquellas montañas lejanas vivió un rey, un rey que jamás conquistó su reino aunque sus gobernados le respondían fervientemente. Su castillo estaba perdido en el fondo, muy abajo para ser encontrado incluso por las bandadas de pájaros que buscan el consuelo y la pena. En aquella región no había más que diluvios.
Todos alguna vez han sido náufragos de sus propias conquistas, y presos de las ideas; por siempre llovía allí y uno no buscaba el cielo en el agua sino la vida en ella; tocaba el fondo entonces la piedra azul, lapislázuli, zafiro, y quedaba el ámbar dorando el rincón de donde todo nacía cuando el sol crecía; no había más que diluvios y piedras que se lanzaban, sin tregua al recuerdo; recordar es tirar una piedra al abismo que somos, y tan abajo, los diluvios son asesinos.
El reino estaba bordeado de cúspides florales, verdes, amarillas, y aromas tan frescos como las mañanas; las campanas anunciaban la salida del sol que para los desatentos se escondía tras las nubes. Mediante el reflejo de los espejos el Sol llegaba a la campana de plata y tocaba conciertos mayores, orquestando un diatessaron cuando estaba en su conjunción con la Luna. Cuando esto pasaba el rey salía con su vestido de diamantes al balcón y saludaba a lo largo de su mirada. Miles de jóvenes mostraban sus manos para saludarlo y aclamar su grandeza. Lo que sucedió allí lo vi entre sueños, o quizá Nerklees mismo me lo dijo al oído cuando todo era silencio. Cierta mañana, después de una gran tormenta, cayó el sueño sobre el rey, sueño que poseía la fuerza de la Fantasía. Luego de aquél día, se lo vio partir, entre una noche temprana y un sol que iba adormeciendo en el horizonte; tomó su caballo, olvidó su Alma y se fue. Nadie nunca había visto al rey trepar las montañas y mucho menos se comprendían sus intenciones. Pero él partió. En la medida que crecían sus pasos y su lejanía, crecía también su horizonte y la lejanía de su Alma; siguió sin tregua, porque no tener agua ni comida es no tener tregua en la vida, y vaciló, pero nunca dejó de andar; a veces las estrellas eran guías, sobre todo cuando necesitaba guías o luces en el camino por la oscuridad de sus noches. No había ya distancias que se pudieran percibir con los sentidos; una vez cayó, y otra, y nuevamente llevaba su osamenta a la tierra para así aprender a besarla, y mientras caminaba, besaba la tierra y pero no agradecía al camino; los pies le dolían, el cuerpo le dolía, quizá el corazón en su destierro de vida también, pero seguía huyendo; nunca tuvo un destino certero, ni un camino marcado, a veces, el desierto era toda la ruta; no tenía fin, no tenía fondo; todo se acercaba y al hacerlo se alejaba, pero él iba aprendiendo a besar la distancia, que aunque unía, también separaba; y siguió caminando, aprendiendo a besar el camino sin aprender a dar las gracias; nunca se lo volvió a ver; pero se cuenta que desde ese entonces la Vida habló a través de su destierro; dijo que caminar era aprender a besar el camino, pero que agradecer era aprender a Amar; y que si uno no ama el camino por el que anda, nunca se dará cuenta, que no es importante hasta donde se llega, sino cuanto amor se consigue al andar en él. ¿Nerklees se había quedado con el Alma dormida del rey? Noches enteras sin responder mis antiguos vislumbres a lo desconocido; y mil respuestas nunca encontrarán sus preguntas.
En la Fantasía manifestaba Nerklees su gobierno sobre los hombres, y los enloquecía. Tal era el grado de confusión que las mariposas se habían coloreado con transparencias; y los hipocampos parían grutas que deformaban las facciones de lo profundo. Cada mente se sumía en la confusión, en la polaridad.
Nerklees siempre esperaba, porque era su naturaleza esperar, esperaba al lado del camino de todos los hombres, intentando llenarlos de sueños, de ilusiones que inundarían la vida de los hombres; intentaba llegar a alcanzarse a sí mismo. En su propia Fantasía una noche creyó que se había visto, vio su andar y detrás de él se fue, días y noches y no podía alcanzarse; caminaba confundido, víctima de su propio poder. No había hecho sino caminar sin destino en una dirección que apenas podía comprender; y se sentó a esperar nuevamente y a confiar que no sería un sueño el que lo haría partir detrás de sus propios pasos; pero pronto descubrió que Él en su inmenso poder también era su propia víctima. Luego escuchó su voz y a la oscuridad partió; esta vez caminaba en dirección contraria, nuevamente sin destino, y su desconfianza pudo más, (¡Dudas divinas las que nos mueven!) al día siguiente detuvo su marcha. Así siguió esperando, podía creer que ya había partido varias veces, pero comprendía que sólo eran Fantasías que su propia potencia emulaba, comprendía íntimamente que aún no se había visto, y que pronto, pasaría delante de sus ojos, algún hombre que saciara su sed de Ilusión, un hombre que se diría a sí mismo que siempre supo quién era y hacia dónde caminaba.
G. F. Degraaff
Alucinaciones
..El cuerpo empuja a universos que la mente no comprende. ¡Son esas, las cosas que no decimos!
¡El brillo de lo irrecuperable me encandila! meditaciones, mantras y algunos círculos aspiran a hacerme innombrable. Caí tan adentro que no hay afuera que me regrese. Ahora mis pies tienen las huellas de mi futuro y ¡pronto tendrán las del pasado! rápido, que no quede nada por decir ni hacer, que el mundo comienza a atardecer y pronto comenzaré mi mañana. Olvidaré algunas ficciones al escribirlas donde nadie las lea y cambiaré mi nombre. Seré lo oscuro y lo lumínico, seré el encuentro de todos los polos y mi llama no tendrá dueño. Hasta desaparecer clavaré mi daga en el vientre de todos los hombres dormidos y les daré un nuevo sueño: ¡Empiecen! que el manantial es de fuego y pronto serán cenizas por beber aguas que no ven. Escupan, no traguen la traición, la sangre no distingue el rojo de lo negro y sobre sus pechos está mi señal. No podrían soportar lo que vine a mostrarles, por eso me quedaré con sus ojos, ellos no les harán falta para sentir el abismo de mi corazón profundo. En cambio yo necesito de sus ojos, pues sin sus miradas quien sabe que terribles dolores podrían despertarme en la madrugada...
Abuela oscura
...escapaste silenciosa sobre mi piel que te escupía; llamaste a la puerta del cielo y cayeron tus brazos para hablarme: -todo, aún no ha sido. Ese es el vestigio de otra verdad que me enseñaste. En lo oscuro, dejaste de golpearme para enseñarme la conciliación entre mi miedo y mis trampas, entre el equilibrio y el caos. No estaba tan lejos, pero tampoco estaba cerca. El tiempo corrió fugaz, tantas horas, para mí apenas unos minutos. Sé flexible me decías y yo jugaba a enredarme; te ofrecí lo que quedaba de mí, aunque mucho ya no tenía y en cambio me dejaste todo, y me diste más, y yo extrañado por tus caricias sonreí al universo. Hay una espada que se cierne siempre sobre nosotros y hay un abismo que puede tragarnos; hay también una mano que nos arranca los tormentos y nos da fe, hay convicciones que aún no han sido y otras por ser; hay sobre todo, un universo en nuestro cuerpo que debemos aprender a cuidar...
Águila
...se delinea la noche entre suspiros; la piel transpira las heridas y los viejos dolores. Entre los ojos de la noche encuentro el recuerdo de mí mismo y ahí estoy, expectante, sigiloso; alarmantemente sustraído del mundo y sus indecencias, abrigado al olvido de mi compasión; ahí estoy, entumecido, sonriente y volátil, sutilmente desequilibrado en el mundo de la razón contaminada que me ha educado, rompiendo los lazos con lo mundano. Me miro, y me encuentro en el fondo del vacío que soy, y me saco de ahí, me saco humedecido de ardores y locuras, adolorido por las luchas de mi condición. Pero claro, en mis ojos sólo se ve la angustia y desaparece el silencio de mi idiotez. Ahora vuelvo a ser el águila, todo allá abajo es hermoso...
Talismán
Talismán, vértigo de mis esperanzas. Entro y salgo de mundos barrocos.
Pluralidad.
Damos giros en la consecución de espacios, en treinta planos distintos.
Sin embargo Dios con su colmillo se burla de nosotros y no desespera.
Porque es la espera de algo lo que nos mantiene vivos.
No hay vista. Nos quedamos ciegos. Hay que volver a preguntarse.
¿Qué hicimos?
¿Qué haremos?
Pluralidad. Para dormir es necesaria, casi oculta en nuestro polvo.
Son barcas que no tocan costas, pero que que han visitado muchos muelles.
Pluralidad.
Damos giros en la consecución de espacios, en treinta planos distintos.
Sin embargo Dios con su colmillo se burla de nosotros y no desespera.
Porque es la espera de algo lo que nos mantiene vivos.
No hay vista. Nos quedamos ciegos. Hay que volver a preguntarse.
¿Qué hicimos?
¿Qué haremos?
Pluralidad. Para dormir es necesaria, casi oculta en nuestro polvo.
Son barcas que no tocan costas, pero que que han visitado muchos muelles.
Esperar
...respiración solitaria, pues el viento no te trajo, y yo antes de dormir con un sólo ojo pensé: nunca la gloria es para el que espera, pero no tengo opción, soy un esperador; un esperador que está seguro de eso que espera y que duerme con un sólo ojo, soy algo así como la cuerda de un reloj, que sólo gira para hacer girar al resto, un eslabón más de tu tiempo. Nunca me preocupó tanto el tiempo, aunque sé que se me está acabando; uno no se preocupa tanto por lo que se acaba sino por lo que deja al acabarse; por eso prefiero preocuparme de mi espera, que como es mucha, lo más probable es que nunca se acabe; quizá por eso es que no preocupa tanto esperar, sino perder la espera, porque cuando uno pierde la espera enseguida comienza a sentirse nervioso; entonces a veces prefiero ser yo quien gira como la cuerda de un reloj esperando, esperando que se acabe el tiempo, y no ser quien corre por alcanzar un tiempo que tarde o temprano se termina...
Sus Demonios
Ví
Ví el agua rodéando aquella piedra, y ese ave que usaba el viento; ví como naufragaban los recuerdos mientras lloraba la mañana y aquel atardecer que regalaba silencios; ví las piedras que arrojó el tiempo cuando todo había perdido su encanto y solo mantuve un sueño; ví cuanto quedaba por caminar y no pude evitar el llanto; al fin, ví la muerte y ví mi vida, y el tiempo que sonreía mientras nos íbamos alejando; y ví la sangre, ví el agua que faltaba para regar el vientre de flores; algunos destellos de colores que imantaban mi tristeza; ví la falta de comida en la mesa y quise regalar espacio al mundo, dejándome de lado un segundo mientras el cielo caía para confundir mis lágrimas; ví como soplaba mi alma el fuego para mantenerme vivo y como me perdía en el ensueño y como dormía; ví como mis hermanos luchaban por su lugar en aquél sitio, donde la inmortalidad era el principio, mientras mis padres furiosos apuntaban a mi camino, y me ví caminando perdido, con el apoyo incondicional de la derrota; ví como lloraban algunas almas rotas por el frío de aquel vórtice que era el destino; ví como reían los demonios con desatino y como se robaban las calamidades; ví las rutas de un ocaso siniestro y ví toda la sal de los mares; ví el correr de mi vista y una paloma que cruzaba mi cabeza; un piano muerto que tocaba melodías para seres en silencio recordando elegías; ví la nostalgia y quise un final incierto, escuché la soledad y la compañía del silencio, y me dejé ir, mirándo con temor y un poco de sentimiento; ví las manchas en mis ojos antes de fundirme lejos, en los cristales en los que veía mi rostro envejecido y mi corazón desierto.
Allá, lejos
...Donde yace la mirada es la forma de la oscuridad de la tierra; casi en el sótano solitario de una vejez prematura; a veces se extermina con el control de lo desconocido, otras sale en busca de la marea cruel de las masas. La presencia absoluta de lo que creemos Dios es la propia raíz de donde nace nuestro mecanismo, es la extricable razón de nuestros más excéntricos actos, de soberbia extrañeza dentro de lo predecible; ahora, la piel gastada pide a gritos el soberano control de la realidad, quiere manipular lo intelegible y volverlo fuego y potencia, solamente disfruta cuando los caminos parecen cerrados o cuando nacemos de las cenizas. Tiempo de los nuevos, de los que parecen sin decir nada, son inhóspitos y comunes, casi algo que derrite la esencia pero que a la vez se vuelve arcano...
Salto
...se han trasformado las miradas ciegas; si aún se roe la materia por el caminar, habrá muerto la ciudad antes de siquiera habernos detenido; tú cambias el modo en que las cosas desaparecen, tú eres una con el alma de todas las cosas; a veces te despiertas vacía, como ausente; y recuerdas que aún hay algo que habita tu morada; algo que no es tuyo, pero que aún así te pertenece, y te entregas al viento de la vida, esa constante fuerza que fluye y se dispersa y deja en el camino tanto polvo como el que arrastra. Se ha desarmado todo intento por armar algo, así como cae el agua cuando los cielos lloran, así vengo caído y húmedo, frío y extendido.
Oh! ahora me reclino para sentir las flores sobre la espalda, para perfumar con ellas el pasado, eso que ha quedado detrás; me reclino y miro hacia adelante, para llegar al horizonte y partir con la mirada, cuando el ocaso es más profundo y el corazón se relaja en su postura; me reclino y me dejo llevar por el viaje, ¿hasta donde habré de llegar?, que importa; si al final habré llegado donde debía estar, si al final somos eso que no puede detenerse, somos todo lo que empuja a la vida más allá de lo que ella significa...
Oh! ahora me reclino para sentir las flores sobre la espalda, para perfumar con ellas el pasado, eso que ha quedado detrás; me reclino y miro hacia adelante, para llegar al horizonte y partir con la mirada, cuando el ocaso es más profundo y el corazón se relaja en su postura; me reclino y me dejo llevar por el viaje, ¿hasta donde habré de llegar?, que importa; si al final habré llegado donde debía estar, si al final somos eso que no puede detenerse, somos todo lo que empuja a la vida más allá de lo que ella significa...
Menta
Suspiraban mientras roídos por dentro alcanzaban algunos estigmas a frenarse antes de culminar en sangre. Caía boca abajo, abierto el pecho con la filosa daga de piedra que labraba meses antes de su trágico deceso. El horizonte fatigado miraba sus ojos que por última vez veían el brillo del cenit y se perdían en una lejana sensación de placentera disociación del cuerpo. Había decidido arrancarse los lazos que la ataban a la realidad, habíase ido para volver jamás. De todas formas creo que nunca fue consciente de lo que hacía, actuaba de acuerdo a su naturaleza y eso le costó la poca sobriedad que tenía. Fue de esta manera que quiso conocer las puertas que abren lo desconocido, así, sin escudos y jugando el brillo de su alma antes de convertirse en una gota absorbida por el enorme mar, dueño de la muerte.
Para no atiborrar la historia dejaré de lado los inconvenientes que produjeron una ruptura total en nuestras vidas y me centraré en principio al descubrimiento que luego de varios años llegué a comprender con un poco más de claridad y me permitió encontrar una manera de utilizar los presagios que llegaban a mí a través de ciertos aromas. Siempre lamentamos no poseer aquello que necesitamos cuando realmente hace falta, pero nunca consideramos que esa falta pueda resultar la evidencia de nuestros propios límites y el espejo de nuestras propias luchas.
Ahora, habíase ido la sombra por la fantasía etérea de la subjetiva felicidad que me envolvía y a traición volvía desde las tinieblas para crear el calabozo de una nueva perdición. El aire enrarecido culminaba con el olor a verano, a ese verano de ambiente falaz que crea una dispersión en la mente. Había conocido a la mujer que podía volverme más loco de lo que acostumbraba a estar, con ella el precipicio del tiempo parecía extenderse y nunca tocaba el suelo en la caída, que en estos días de ausencia no puedo evitar sentir; ella detenía mi silencio y rompía mis palabras, me clavaba en la cruz para llorarme desde abajo. Ella era la misma que años atrás había conseguido desvestirme de mi armadura echa de polvo de cristales y de noches de luna, había cargado en sus hombros el extenso camino de mi desolación para devolverme una nueva fe, un nuevo camino en el cual creer y por el cual vivir. También había quebrado mi alma, aquella vez que se fue para nunca más volver, llevándose consigo varios recuerdos, algunos de ellos los mejores de mi vida, mientras por carta me escribía que ya no sería jamás mía, que ahora era de otro, con la misma tranquilidad y desinterés con que a veces me llamaba. En el recuerdo intentaba tapar un vacío que llevaba años abriéndose sin descanso, aunque sonreía, no ocultaba la mirada fría de aquel que conoce la oscuridad de sus miedos y la soledad que marchita a los hombres. Había abandonado la intensa lucha de persuadirla a que regrese conmigo, como quien sabe que debe llenar una copa rota y duda de la capacidad de su corazón para tal misión. La última vez que estuve cerca de ella ni siquiera lo había notado, pero recuerdo esa sensación que me producía su presencia y que años más tarde aún seguía sintiendo a pesar de hallarme muy lejos de ella. Aquella noche a la que aludiré, resultó ser una noche decisiva para el destino de mi alma, donde por única vez, hasta entonces pude saber que los caminos que conducen al hombre al conocimiento también lo conducen por inercia a una especie de sumisión a su propio mundo, que comienza a buscar la ruptura de la socialización a la que estamos atados por pactos de realidades ajenas.
La noche caía suavemente como espejismo de seda, se cubría mansamente con mirada femenina, y yo llegaba para escuchar a tiempo la sinfonía que presentaría una de las obras más exquisitas del siglo XIX, el ambiente estaba rodeado, saturado de almas bulliciosas y envolventes. Las estrellas miraban desde arriba, tácitas, blancas, el velo que producía la fiebre de las gentes acostumbradas a absorberse en sí mismas. Sabía que no podría contra todas aquellas bestias civilizadas, y decidí saltar el cerco de hierros que bordeaba el anfiteatro para evitar el congestionamiento de gente que ponía en duda mi ingreso. Miles de ojos perdidos no notaron mi inclusión en la masa desde atrás de ellos. Así me ubiqué alejado a la marea de personas que invadían las primeras filas, y estuve plácidamente separado, abstraído en la poderosa música y el humo de mi soporífero compañero de la noche. En determinado momento en que la música parecía gobernar la noche cerré los ojos casi voluntariamente para sentir con el cuerpo el poder de las cuerdas, inmediatamente todos mis sentidos se perdieron en el éxtasis que alcanzaban. Fue cuando el aroma a menta que me recordaba la piel de ella rompía mi trance musical. Me sentí fascinado, casi eufórico, la mezcla entre la música y el aroma me dignificaron en un sentir épico, al volver a pestañar había desaparecido. Me incorporé y miré a mí alrededor pero la cantidad de rostros en la semioscuridad habían perdido mi vista en el brillo de aquel augurio que desvirtuaba mi atención y no logré concentrarme en mi búsqueda, la buscaba a ella. Tomé asiento rápidamente pero no pude volver a descifrar el trance que me produjo la música. Había vuelto a sentir ese peculiar aroma que mostraba mi obsesión por aquella piel, había sido una luz que llegaba para revelarme la condición mental que atravesaba; el grado de apego e inclinación que tenía por ella había superado mis propias expectativas.
Terminó la orquesta y con ella el desatino de mis ideas, volvía a ser dueño de una pacífica estabilidad que me llenaba, y desde lejos reflexionaba si verdaderamente debía buscar ayuda profesional para investigar las causas de mi alucinación. Salí del anfiteatro y busqué asilo en las paredes de mi habitación, por aquel entonces el templo de mis luchas y mi creación, para luego de poco tiempo relajarme en el sueño profundo.
Al recordar esta sensación, luego de varios años, me volvía más consciente de mi propia atadura y la dirección en que llevaba mi lucha contra las costumbres que envenenan a los hombres en el vicio y la ceguera. Buscaba las herramientas y motores que funcionaban en el movimiento de mis actos y así continuaba mi batalla contra la esclavitud que es innata en cada uno de nosotros.
Pasados muchos años más, supe que aquella noche ella había estado ahí, escuchando la sinfonía, la misma noche en que murió accidentalmente, cuando por un descuido había perdido el control de sus reflejos y fue embestida por un automóvil. También pude saber después que en la agonía rugía mi nombre y gritaba la palabra lavanda, que hacía mención a nuestras noches, cuando descubríamos que nuestras pieles se correspondían con el olor de las plantas. Si hubiera podido decirle algo más aquella noche en que nos despedimos, años antes de su trágico deceso, le hubiera dicho que por siempre recordaría su nombre y su olor, porque había dejado de oler a lavanda, ahora también mi piel, como la de ella, olía a menta.
G. F. Degraaff
Para no atiborrar la historia dejaré de lado los inconvenientes que produjeron una ruptura total en nuestras vidas y me centraré en principio al descubrimiento que luego de varios años llegué a comprender con un poco más de claridad y me permitió encontrar una manera de utilizar los presagios que llegaban a mí a través de ciertos aromas. Siempre lamentamos no poseer aquello que necesitamos cuando realmente hace falta, pero nunca consideramos que esa falta pueda resultar la evidencia de nuestros propios límites y el espejo de nuestras propias luchas.
Ahora, habíase ido la sombra por la fantasía etérea de la subjetiva felicidad que me envolvía y a traición volvía desde las tinieblas para crear el calabozo de una nueva perdición. El aire enrarecido culminaba con el olor a verano, a ese verano de ambiente falaz que crea una dispersión en la mente. Había conocido a la mujer que podía volverme más loco de lo que acostumbraba a estar, con ella el precipicio del tiempo parecía extenderse y nunca tocaba el suelo en la caída, que en estos días de ausencia no puedo evitar sentir; ella detenía mi silencio y rompía mis palabras, me clavaba en la cruz para llorarme desde abajo. Ella era la misma que años atrás había conseguido desvestirme de mi armadura echa de polvo de cristales y de noches de luna, había cargado en sus hombros el extenso camino de mi desolación para devolverme una nueva fe, un nuevo camino en el cual creer y por el cual vivir. También había quebrado mi alma, aquella vez que se fue para nunca más volver, llevándose consigo varios recuerdos, algunos de ellos los mejores de mi vida, mientras por carta me escribía que ya no sería jamás mía, que ahora era de otro, con la misma tranquilidad y desinterés con que a veces me llamaba. En el recuerdo intentaba tapar un vacío que llevaba años abriéndose sin descanso, aunque sonreía, no ocultaba la mirada fría de aquel que conoce la oscuridad de sus miedos y la soledad que marchita a los hombres. Había abandonado la intensa lucha de persuadirla a que regrese conmigo, como quien sabe que debe llenar una copa rota y duda de la capacidad de su corazón para tal misión. La última vez que estuve cerca de ella ni siquiera lo había notado, pero recuerdo esa sensación que me producía su presencia y que años más tarde aún seguía sintiendo a pesar de hallarme muy lejos de ella. Aquella noche a la que aludiré, resultó ser una noche decisiva para el destino de mi alma, donde por única vez, hasta entonces pude saber que los caminos que conducen al hombre al conocimiento también lo conducen por inercia a una especie de sumisión a su propio mundo, que comienza a buscar la ruptura de la socialización a la que estamos atados por pactos de realidades ajenas.
La noche caía suavemente como espejismo de seda, se cubría mansamente con mirada femenina, y yo llegaba para escuchar a tiempo la sinfonía que presentaría una de las obras más exquisitas del siglo XIX, el ambiente estaba rodeado, saturado de almas bulliciosas y envolventes. Las estrellas miraban desde arriba, tácitas, blancas, el velo que producía la fiebre de las gentes acostumbradas a absorberse en sí mismas. Sabía que no podría contra todas aquellas bestias civilizadas, y decidí saltar el cerco de hierros que bordeaba el anfiteatro para evitar el congestionamiento de gente que ponía en duda mi ingreso. Miles de ojos perdidos no notaron mi inclusión en la masa desde atrás de ellos. Así me ubiqué alejado a la marea de personas que invadían las primeras filas, y estuve plácidamente separado, abstraído en la poderosa música y el humo de mi soporífero compañero de la noche. En determinado momento en que la música parecía gobernar la noche cerré los ojos casi voluntariamente para sentir con el cuerpo el poder de las cuerdas, inmediatamente todos mis sentidos se perdieron en el éxtasis que alcanzaban. Fue cuando el aroma a menta que me recordaba la piel de ella rompía mi trance musical. Me sentí fascinado, casi eufórico, la mezcla entre la música y el aroma me dignificaron en un sentir épico, al volver a pestañar había desaparecido. Me incorporé y miré a mí alrededor pero la cantidad de rostros en la semioscuridad habían perdido mi vista en el brillo de aquel augurio que desvirtuaba mi atención y no logré concentrarme en mi búsqueda, la buscaba a ella. Tomé asiento rápidamente pero no pude volver a descifrar el trance que me produjo la música. Había vuelto a sentir ese peculiar aroma que mostraba mi obsesión por aquella piel, había sido una luz que llegaba para revelarme la condición mental que atravesaba; el grado de apego e inclinación que tenía por ella había superado mis propias expectativas.
Terminó la orquesta y con ella el desatino de mis ideas, volvía a ser dueño de una pacífica estabilidad que me llenaba, y desde lejos reflexionaba si verdaderamente debía buscar ayuda profesional para investigar las causas de mi alucinación. Salí del anfiteatro y busqué asilo en las paredes de mi habitación, por aquel entonces el templo de mis luchas y mi creación, para luego de poco tiempo relajarme en el sueño profundo.
Al recordar esta sensación, luego de varios años, me volvía más consciente de mi propia atadura y la dirección en que llevaba mi lucha contra las costumbres que envenenan a los hombres en el vicio y la ceguera. Buscaba las herramientas y motores que funcionaban en el movimiento de mis actos y así continuaba mi batalla contra la esclavitud que es innata en cada uno de nosotros.
Pasados muchos años más, supe que aquella noche ella había estado ahí, escuchando la sinfonía, la misma noche en que murió accidentalmente, cuando por un descuido había perdido el control de sus reflejos y fue embestida por un automóvil. También pude saber después que en la agonía rugía mi nombre y gritaba la palabra lavanda, que hacía mención a nuestras noches, cuando descubríamos que nuestras pieles se correspondían con el olor de las plantas. Si hubiera podido decirle algo más aquella noche en que nos despedimos, años antes de su trágico deceso, le hubiera dicho que por siempre recordaría su nombre y su olor, porque había dejado de oler a lavanda, ahora también mi piel, como la de ella, olía a menta.
G. F. Degraaff
Regreso a casa
Trataré de no tergiversar una de las historias que cuando de niño una anciana me contó no sin ese cierto misterio que deben tener las historias bien narradas para atrapar la atención de los niños, por otra parte el uso de la metáfora de aquella historia me llenó de consecuencias en la vida, historia que luego cuando adulto encontré en uno de los libros de Carlos Castaneda (viaje a Ixtlán) y que representó para mi uno de los mayores hallazgos que en mi mocedad había logrado, sin embargo, debo aclarar que la historia está relatada desde la versión que aquella anciana supo darme cuando apenas era yo un niño de ocho años; esta historia es y será en mi camino la imagen primera a considerar cuando se trata de llevar a cabo decisiones y tomar la vida por las riendas.
Recuerdo ese mediodía que como presagio presentaba la transfiguración del terreno, a escasos metros de la rivera donde solían posarse mirlos para refrescarse y poder atrapar su alimento. Me sedujo la idea de aquella anciana que por aquél entonces yo tomaba como mi abuela, de narrarme una historia bajo la sombra de un nogal. Me acomodé de cuclillas, pensando que el relato no sería extenso, y con voz un tanto apagada la anciana comenzó su relato, con una pequeña huella de melancolía.
En mi juventud -dijo- había salido de compras a una antigua feria que aparecía con el amanecer del lunes, debía recorrer una extensión de campo de unos diez kilómetros para llegar donde las carpas ofrecían y cientos de personas hacían las compras que durarían para los siguientes dos meses antes de que la cosecha pudiera abastecer a las familias de la zona con alimentos.
Llegar no fue difícil, no hubo ningún tipo de inconvenientes para la compra, llevaba yo dos costales inmensos, que cargados, eran muy duros de llevar sobre todo los diez kilómetros que debía recorrer, así esperaba que mi suerte me proporcionara algún vehículo, cuando menos algún vecino que se ofreciera llevarme de regreso. Lo cierto es que el atardecer se acercaba y mi suerte no presentaba señales de ayudarme en mi regreso, así levanté los pesados costales sobre mis hombros y eché a andar. En mi viaje, comencé a ver que muchos se ofrecían ayudarme así que no dudé y los dejé cargar mis costales, lo cierto era que ellos tenían que ir en la dirección contraria a la mía, así que solo pudieron acompañarme unos metros. Al entrar la noche, había perdido mi ubicación, así que comencé a guiarme por los campos que conocía para llegar a mi casa. En mi camino me topé con algunos vecinos, gentes que no veía frecuentemente pero que conocía de vista, le pregunté a uno de ellos en que dirección debía caminar para llegar a mi casa, y aquella familia me señalo la dirección contraria hacia donde caminaba, -Ven con nosotros, me decían, tenemos alimentos para darte- pero su mirada era extraña por lo que los dejaba atrás y seguía caminando sin rumbo, o con rumbo sin saber bien donde iba. Al rato, dos caminantes con un caballo se detuvieron a mi lado, a estos también los conocía pero noté en su mirada la misma extrañeza de los anteriores, estos a su vez se detuvieron y dijeron -cargaremos tus costales con el caballo hasta a tu casa, ven con nosotros- lo cierto es que los miré mas no me detuve, seguí mi camino en dirección a donde creía que encontraría mi casa. Pasé por un campo que me resultaba conocido entonces supe que iba bien en mi dirección. Así apreté el paso bajo la noche que caía lentamente entre silencios y grillos. Fue entonces que tuve la certeza de que no había visto personas, eran fantasmas, ya sus miradas los evidenciaban. Eran fantasmas como todos los que luego crucé en mi camino a lo largo de toda mi vida.
Ante la historia, la anciana dejó uno de esos silenciosos que determinan el final de una historia o que crean el suspenso necesario para que yo preguntara -¿Y qué pasó cuando llegaste a casa? La anciana comenzó a reír, -niño, nunca he llegado a mi casa- Yo no podía comprender lo que intentaba decirme, y añadí -¿Cómo que nunca llegaste a tu casa? –No-, respondió -nunca llegué a mi casa y desde ese día todas las personas fueron para mí fantasmas, nadie es real. -¿Y cuándo llegarás a tu casa? A lo que respondió, nunca llegaré a mi casa, allí en mi casa tenía a todas las personas que amaba, luego de ese día supe que nunca llegaría, que caminaría siempre en dirección a mi casa, pero jamás llegaría ni a mi casa ni a las personas que amaba. En seguida noté la nostalgia y la tristeza en la cara de la anciana, había dejado una impresión en mi alma, en mi corazón, me había mostrado que uno siempre camina por la vida sin compañías muy a pesar de amar a todas, a partir de ese día supo, que el mundo entero era su casa y que hasta la muerte caminaría la extensión de ese camino en una trágica soledad, ella estaría siempre en el camino de regreso, de regreso a su casa.
Luego me preguntó, casi por lo bajo, yo consternado en pensamientos, -Tú, ¿Estás dispuesto a caminar solo siempre de regreso a tu casa? Con lo cual el miedo me hizo huir de la sombra de aquel viejo nogal, en dirección a mi padre que estaba a unos cien metros en una vieja casona donde trabajaba. Allí me di cuenta que aún no estaba listo para aceptar lo que luego de quince años he logrado, caminar siempre en soledad de regreso a mi casa.
G. F. Degraaff
Recuerdo ese mediodía que como presagio presentaba la transfiguración del terreno, a escasos metros de la rivera donde solían posarse mirlos para refrescarse y poder atrapar su alimento. Me sedujo la idea de aquella anciana que por aquél entonces yo tomaba como mi abuela, de narrarme una historia bajo la sombra de un nogal. Me acomodé de cuclillas, pensando que el relato no sería extenso, y con voz un tanto apagada la anciana comenzó su relato, con una pequeña huella de melancolía.
En mi juventud -dijo- había salido de compras a una antigua feria que aparecía con el amanecer del lunes, debía recorrer una extensión de campo de unos diez kilómetros para llegar donde las carpas ofrecían y cientos de personas hacían las compras que durarían para los siguientes dos meses antes de que la cosecha pudiera abastecer a las familias de la zona con alimentos.
Llegar no fue difícil, no hubo ningún tipo de inconvenientes para la compra, llevaba yo dos costales inmensos, que cargados, eran muy duros de llevar sobre todo los diez kilómetros que debía recorrer, así esperaba que mi suerte me proporcionara algún vehículo, cuando menos algún vecino que se ofreciera llevarme de regreso. Lo cierto es que el atardecer se acercaba y mi suerte no presentaba señales de ayudarme en mi regreso, así levanté los pesados costales sobre mis hombros y eché a andar. En mi viaje, comencé a ver que muchos se ofrecían ayudarme así que no dudé y los dejé cargar mis costales, lo cierto era que ellos tenían que ir en la dirección contraria a la mía, así que solo pudieron acompañarme unos metros. Al entrar la noche, había perdido mi ubicación, así que comencé a guiarme por los campos que conocía para llegar a mi casa. En mi camino me topé con algunos vecinos, gentes que no veía frecuentemente pero que conocía de vista, le pregunté a uno de ellos en que dirección debía caminar para llegar a mi casa, y aquella familia me señalo la dirección contraria hacia donde caminaba, -Ven con nosotros, me decían, tenemos alimentos para darte- pero su mirada era extraña por lo que los dejaba atrás y seguía caminando sin rumbo, o con rumbo sin saber bien donde iba. Al rato, dos caminantes con un caballo se detuvieron a mi lado, a estos también los conocía pero noté en su mirada la misma extrañeza de los anteriores, estos a su vez se detuvieron y dijeron -cargaremos tus costales con el caballo hasta a tu casa, ven con nosotros- lo cierto es que los miré mas no me detuve, seguí mi camino en dirección a donde creía que encontraría mi casa. Pasé por un campo que me resultaba conocido entonces supe que iba bien en mi dirección. Así apreté el paso bajo la noche que caía lentamente entre silencios y grillos. Fue entonces que tuve la certeza de que no había visto personas, eran fantasmas, ya sus miradas los evidenciaban. Eran fantasmas como todos los que luego crucé en mi camino a lo largo de toda mi vida.
Ante la historia, la anciana dejó uno de esos silenciosos que determinan el final de una historia o que crean el suspenso necesario para que yo preguntara -¿Y qué pasó cuando llegaste a casa? La anciana comenzó a reír, -niño, nunca he llegado a mi casa- Yo no podía comprender lo que intentaba decirme, y añadí -¿Cómo que nunca llegaste a tu casa? –No-, respondió -nunca llegué a mi casa y desde ese día todas las personas fueron para mí fantasmas, nadie es real. -¿Y cuándo llegarás a tu casa? A lo que respondió, nunca llegaré a mi casa, allí en mi casa tenía a todas las personas que amaba, luego de ese día supe que nunca llegaría, que caminaría siempre en dirección a mi casa, pero jamás llegaría ni a mi casa ni a las personas que amaba. En seguida noté la nostalgia y la tristeza en la cara de la anciana, había dejado una impresión en mi alma, en mi corazón, me había mostrado que uno siempre camina por la vida sin compañías muy a pesar de amar a todas, a partir de ese día supo, que el mundo entero era su casa y que hasta la muerte caminaría la extensión de ese camino en una trágica soledad, ella estaría siempre en el camino de regreso, de regreso a su casa.
Luego me preguntó, casi por lo bajo, yo consternado en pensamientos, -Tú, ¿Estás dispuesto a caminar solo siempre de regreso a tu casa? Con lo cual el miedo me hizo huir de la sombra de aquel viejo nogal, en dirección a mi padre que estaba a unos cien metros en una vieja casona donde trabajaba. Allí me di cuenta que aún no estaba listo para aceptar lo que luego de quince años he logrado, caminar siempre en soledad de regreso a mi casa.
G. F. Degraaff
Encuentro con la Luna
Los estigmas eran imborrables, aparecían aquella noche en que la oscuridad se amortiguaba sobre la penumbra y cedía el paso al manto de estrellas sobre la cordillera. Así, la sangre corría por el pecho mientras la luna aullaba en el horizonte lejano, cruel, que ostentaba su autoridad entre peñascos roídos. Algunas leyendas imponían su magia, y crecían a medida que el tiempo volvía antiguos a los hombres. Había visto antes el fulgor de un corazón que se deshacía en la sed de un dolor inquietante, testigo de las marcas que elevaban el cauce de la sangre hasta los confines del sufrimiento. Cuando estalló la pólvora, ni los vestigios del alma corrían por el hálito fresco de la boca enmudecida entre lamentos. El sudario evidenciaba el ardor de un fuego que consumía la abulia de aquel cuerpo.
Era el cruel testigo de un semblante que se debatía en los endemoniados riscos.
El andar era entonces abrasivo, guiado ciegamente por una intuición que disolvía la esperanza, se dio al camino del desierto furtivo. En la soledad de la noche, los sonidos se convertían en la única prueba del tiempo, aquel que acompañaba la caminata de un extraño sufriente, uno más de la historia sensible del dolor de la humanidad. Todas las noches se miraban en un espejo y se multiplicaban como minúsculos granos de sal, quemaban la frescura del anhelo involuntario. El deseo fatal nunca abandonaba aquellas caminatas de lo sombrío, y la tierra, dura como un acero cristalino rompía las huellas sin tregua de los tantos otros caminos que se habían marcado lueñes en la historia. Batallas y armas gemían aún víctimas del sacrificio que algunos hombres conocían como orgullo. Al paso de la sombra, la luz de la luna detenía por momentos el diálogo inquieto de la mente suicida.
-¡Acompaña la noche caminante, entre esta luz que hoy te ofrezco, y olvida la penumbra de los tristes!
-¡Si supieras, Luna, cuánto he mirado el horizonte buscando la señal de mi destino, comprenderías siempre, que mi magia está en ser dueño de la sombra que me acompaña!
-Aún no has visto la esmeralda de tus días, viajero, adueña tu mano el tiempo y trasmuta el sordo y callado dolor en tu escudo más fuerte.
-Enséñame una gota de rocío y creeré firmemente que no soy una hoja perdida en el viento. ¡Rompe mi corazón en mil pedazos, pero dame la mano de hierro que necesito para forjar mi destino!
-Que difícil se vuelve, ¿Verdad viajero? Roer la especie sin sucumbir a las necesidades de un corazón vacío. Alguna noche habrás pisado tu propia tumba, y sabrás que entonces ese vacío era tu única fuerza.
-¡Mas te vuelves dueña de la noche cuando tus ojos encuentran una nueva sombra!
-La sombra es todo aquí, solo seduzco las migajas que los hombres han dejado en el camino, y esta noche te he visto, pero sé que traes la carga de un camino duro que debes dejar atrás.
-¿Cómo abandonar un camino, si este era lo único que te mantenía con vida entre los hombres? ¿Cómo llenar un cuenco roto, que lleno de polvo, engaña la sutileza de los ojos necios? Habrías de ser el mismo aire para llenar sin llenar y tocar sin tocar.
-¡Oh! Viajero, llena la luz los templos más sombríos, clama el fulgor del polvo y de la esencia. Mira el horizonte, ¿Ves algún sendero marcado? ¿Ves, acaso, un solo camino? Tu terquedad ha obrado vilmente en ti, has creído en un sendero fantasmagórico que conduce al final de tu vida.
-Mi meta es el mismo camino, así he llegado siempre que de un paso hacia él.
-¿Pero cuándo sonríes? Estas atrapado en una caverna, pues la periferia de tus ojos solo ven muros a tu alrededor, has creado tu propia cárcel.
-He creado mi propio camino.
-Solo caminas en aquella vieja circunferencia de roca. Estas en tu centro y buscas seguir caminando. Has llegado a tu meta y ahora caminas sin otra nueva.
-Entonces dime, cómo crear un nuevo sendero, luz de la luna, flor de un vejo pantano de desolación y temor, de muerte y desesperanza.
-Debes dejar la carga del camino anterior y aligerarte, tu propia naturaleza obrará en tu beneficio. ¡Oh! Viajero perdido, caminas sin rumbo a las mesetas fértiles, has estado gastando tus pies en un polvo que se extendía ante ti encerrándote.
Fue repentino el cambio en la oscuridad de la noche. Surgían los sonidos sordos y los silencios tenues de un pacífico despertar. La noche entonces se cerraba a una luna que desaparecía tras lejanas montañas y las estrellas volvían a conquistar el domo azulado. Las nubes acechaban furtivamente, acercándose lenta pero decididamente a encontrarse con aquel cuerpo débil, roto por la embestida de un final inalterable. Había llegado el portal ante aquellos gastados pies que dolían ante la falta de agua. Y un segundo antes que un nuevo día gobierne las inconquistables praderas de aquel desierto, una gota de rocío mojó la boca del caminante que por primera vez tomaba la mano de su propio destino.
G. F. Degraaff
Era el cruel testigo de un semblante que se debatía en los endemoniados riscos.
El andar era entonces abrasivo, guiado ciegamente por una intuición que disolvía la esperanza, se dio al camino del desierto furtivo. En la soledad de la noche, los sonidos se convertían en la única prueba del tiempo, aquel que acompañaba la caminata de un extraño sufriente, uno más de la historia sensible del dolor de la humanidad. Todas las noches se miraban en un espejo y se multiplicaban como minúsculos granos de sal, quemaban la frescura del anhelo involuntario. El deseo fatal nunca abandonaba aquellas caminatas de lo sombrío, y la tierra, dura como un acero cristalino rompía las huellas sin tregua de los tantos otros caminos que se habían marcado lueñes en la historia. Batallas y armas gemían aún víctimas del sacrificio que algunos hombres conocían como orgullo. Al paso de la sombra, la luz de la luna detenía por momentos el diálogo inquieto de la mente suicida.
-¡Acompaña la noche caminante, entre esta luz que hoy te ofrezco, y olvida la penumbra de los tristes!
-¡Si supieras, Luna, cuánto he mirado el horizonte buscando la señal de mi destino, comprenderías siempre, que mi magia está en ser dueño de la sombra que me acompaña!
-Aún no has visto la esmeralda de tus días, viajero, adueña tu mano el tiempo y trasmuta el sordo y callado dolor en tu escudo más fuerte.
-Enséñame una gota de rocío y creeré firmemente que no soy una hoja perdida en el viento. ¡Rompe mi corazón en mil pedazos, pero dame la mano de hierro que necesito para forjar mi destino!
-Que difícil se vuelve, ¿Verdad viajero? Roer la especie sin sucumbir a las necesidades de un corazón vacío. Alguna noche habrás pisado tu propia tumba, y sabrás que entonces ese vacío era tu única fuerza.
-¡Mas te vuelves dueña de la noche cuando tus ojos encuentran una nueva sombra!
-La sombra es todo aquí, solo seduzco las migajas que los hombres han dejado en el camino, y esta noche te he visto, pero sé que traes la carga de un camino duro que debes dejar atrás.
-¿Cómo abandonar un camino, si este era lo único que te mantenía con vida entre los hombres? ¿Cómo llenar un cuenco roto, que lleno de polvo, engaña la sutileza de los ojos necios? Habrías de ser el mismo aire para llenar sin llenar y tocar sin tocar.
-¡Oh! Viajero, llena la luz los templos más sombríos, clama el fulgor del polvo y de la esencia. Mira el horizonte, ¿Ves algún sendero marcado? ¿Ves, acaso, un solo camino? Tu terquedad ha obrado vilmente en ti, has creído en un sendero fantasmagórico que conduce al final de tu vida.
-Mi meta es el mismo camino, así he llegado siempre que de un paso hacia él.
-¿Pero cuándo sonríes? Estas atrapado en una caverna, pues la periferia de tus ojos solo ven muros a tu alrededor, has creado tu propia cárcel.
-He creado mi propio camino.
-Solo caminas en aquella vieja circunferencia de roca. Estas en tu centro y buscas seguir caminando. Has llegado a tu meta y ahora caminas sin otra nueva.
-Entonces dime, cómo crear un nuevo sendero, luz de la luna, flor de un vejo pantano de desolación y temor, de muerte y desesperanza.
-Debes dejar la carga del camino anterior y aligerarte, tu propia naturaleza obrará en tu beneficio. ¡Oh! Viajero perdido, caminas sin rumbo a las mesetas fértiles, has estado gastando tus pies en un polvo que se extendía ante ti encerrándote.
Fue repentino el cambio en la oscuridad de la noche. Surgían los sonidos sordos y los silencios tenues de un pacífico despertar. La noche entonces se cerraba a una luna que desaparecía tras lejanas montañas y las estrellas volvían a conquistar el domo azulado. Las nubes acechaban furtivamente, acercándose lenta pero decididamente a encontrarse con aquel cuerpo débil, roto por la embestida de un final inalterable. Había llegado el portal ante aquellos gastados pies que dolían ante la falta de agua. Y un segundo antes que un nuevo día gobierne las inconquistables praderas de aquel desierto, una gota de rocío mojó la boca del caminante que por primera vez tomaba la mano de su propio destino.
G. F. Degraaff
La piedra
Se me terminaba el tiempo, así como creemos que algo tiene fin, corría sin amparo las vertientes de mi propio terreno. Empujaba mi viento el pecho, que mansamente se deshacía en mi carrera, sabía que debía irme pero no sabía adonde ir. Los torbellinos que desplomaban los horizontes crecían en los propios límites verticales de mis ojos. Así, intuí que crearía la desazón de mi propio destino. El sol era testigo de mi rostro húmedo, bañado en parte por la corrida y el calor fulminante de aquél camino de polvo que transitaba. Solemos contar esas cosas que nos tienen como protagonistas, pensaba, fue cuando encontré un acertijo que contenía el explosivo desenlace de la humildad. Aquella piedra angular que se posaba sobre el acantilado atrajo mi atención, y es seguro, que atraería cualquier atención que fijara su realidad en ella. Me sentí por unos segundos atrapado, inmovilizado, cesaba por primera vez en días una carrera que comenzaba a tener un fin prematuro, era inquietante como mi mirada era esclava de aquella piedra. Traté de no intentar escapar por la fuerza, era claro que mi única posibilidad era mental, o incluso sensible. No logré amortiguar mi desesperación que como bólido llegaba para perturbar mi cuerpo fuera de control, haciéndome vulnerable a ser arrancado como tronco de raíz de mi propia cordura.
Estuve varios días atado, mi mirada no lograba romper la atención en aquella piedra que no hacía más que atraerme. Comencé a perder fuerzas, sin agua ni comida pronto mi muerte se posaría sobre mi hombro izquierdo. Escuché algunas aves esperando mi desenlace sobre el piso rojo. Campanas y algunas visiones no detuvieron el poder de la tierra que apretaban como sal la herida de mi alma, aquella de la que buscaba escaparme. Herido de muerte en mi interior, ahora comprendía que no podía escapar ni despistar mi destino quien se preparaba para darme el golpe de gracia. Recité algunos versos improvisados, algunas canciones que habían tenido fuerza en mí. Me callé sólo cuando la luz cedía el paso a la oscuridad una noche más y los lobos alejados se escuchaban con la luna que se ponía hacia el horizonte que daba reflejo en la periferia de mi mirada. Recordé algunos tonos de una suave flauta que anunciaban el final del día, otro día más atado a mi mirada y a mi cuerpo tieso que no escapaban de esa realidad que volvía a reclamar mi vida. El viento acariciaba mis ojos lentamente, y se metía en mi boca para darme aire y frescura. El gusto a sal era de mi propio cuerpo. Me deshacía en fuerzas, sabía que si dormía caería prontamente en la oscura y placentera compañía de siempre. Mi reflexión se centró en intentar comprender como la tierra podía ser infernalmente tan rígida y tan decidida. Una piedra bastaba para atraparme, un roca iba a ser la impiadosa muerte de mi cuerpo. Así es como comienza la aventura de mi espíritu en hallar la manera de hendir, al menos un segundo al universo.
Dicen que es de idiotas intentar no seguir el curso de nuestra propia naturaleza, pero no hemos de saber el por qué de ella. Conocemos eso que traemos de quien sabe donde implícito en nuestro corazón y nuestro yo interno, o seremos todos profundamente iguales cuando se trata de nuestra verdadera naturaleza. Mas, lo que encontré en aquella sombra que se convertía en piedra, fueron los propios miedos de finalmente uno debe superar para llegar a una profundidad inquietante. Al final creemos que ser nosotros mismos es fácil, pero desconocemos o no queremos ver que para llegar a nosotros mismos el camino oscuro puede intentar que peguemos la vuelta antes de cumplir con nuestra meta.
Me convertí por días en águila, y miraba con una visión increíble aquel cuerpo que encadenaba su mirada a aquella roca. Volé intentando buscar ayuda, pero el desierto era extenso, quizá me llevaría días encontrar alguien que se precipitara hasta donde mi cuerpo humano se hallaba. Atravesé nubes blancas y grises, a merced de un sol abrasador y corrientes de aire frías que daban respiro a mi vuelo. Observé algunos cuervos solitarios en las laderas de altos riscos. Erizados, llenos de una soledad placentera. ¡Flores de un ocaso turquesa, denme el aroma de su calidez envuelta en la sincera razón de su propia existencia, y con eso una muerte dulce para volverme alimento de su hermosura!
Como águila me precipité a la tierra para morir sin motivo, pero antes de hallar en el piso la canción final, me encontré arrastrándome y zigzagueando sobre mi pecho. ¡Era yo una serpiente! Así sentí que no eran más que códigos humanos aquella mirada sombría de este animal frío, acechante y peligroso. Seguí mi instinto, camino en busca de quien pudiera alejar aquella mirada de aquel cuerpo que se hundía en los poros de una tierra caliente. Al fin me di cuenta que poco prestigio tenía mi condición, ¿Quién ayudaría a una serpiente? Al acercarme a cualquier animal todos huían, los hombres por miedo no huirían, pues a los hombres el miedo los vuelve más peligrosos pensaba, matarían siempre para mostrar su ventaja humana, para defenderse de sus propios temores y para demostrar su libertad, como siempre han hecho. Fue cuando deseé con toda mi piel, una que de poco dejaba atrás ser un animal al que un hombre respetara. Aquí me di cuenta que no tenía oportunidad, los hombres no respetan a los animales, así me transformé en un perro. Mi condición oprimía mi pecho, sentía una increíble necesidad de amor, como perro sería capaz de resistir cualquier azote del destino para sentir una mano que acariciara mi pelaje, para sentir un amor que aunque mentiroso y por compasión, me hiciera creer que no estaba solo. Así, bajo esta condición no debía ceder, debía seguir mis sentimientos, no debía buscar un hombre que ayudara a mi cuerpo a quitar mi mirada de aquella piedra que absorbía lentamente mi energía desde hacía días, mi corazón canino indicaría el camino adecuado.
Al llegar a un pequeño pueblo, encontré cientos de personas que atrajeron mi atención, todas aquellas personas, tenía la sensación, estaban tan perdidas en sus pensamientos, como lo estaba la mirada de mi cuerpo lejano. Me parecía tristemente opresora aquella imagen que encontré en los humanos. Todos muertos en vida, comprando en aquella feria, cargando bolsos de comida y objetos que bajo mi condición perruna no encontraba utilidad. Al fin reflexioné si era necesario volver a convertirme en aquél hombre, si era preciso que volviera a ser el mismo de antes, perdido en las mundanas necesidades de los hombres ambiciosos, perteneciendo irremediablemente a la cultura social humana.
Luego de pensar echado bajo la sombra de un joven árbol, decidí dejar mi empresa atrás, ya no quería volver a ser un hombre, me quedaría soportando la falta de amor y compañía que sienten los perros, sufriendo el escarnio de los hombres pero buscándolos al fin cuando estos me llamaban con señas, esperando una caricia.
Al anochecer cerré mis ojos en la penumbra y el silencio de un pueblo que cerraba las cortinas a las estrellas se resguardaba de la luz de la luna.
Desperté sentado frente a aquella piedra, con total liberación de mis movimientos. Así llegaba por primera vez a comprender algo de mi mismo. Aquella piedra, era el espejo de mi propio destino. Era la fiel imagen de algo que escapaba a mi entendimiento. Por fin me levanté y sentí mis músculos rígidos por la inmovilidad de tantos días. Caminé ya sin correr, había visto bajo la forma de animales cuan alejado estaba de mi verdadera naturaleza. Había encontrado en aquellas formas un mundo completamente nuevo y extraño. Visión, intuición, corazón, ahora sé que mi destino no está en ser un hombre y actuar como animal, es la de ser un animal y actuar como un hombre.
G. F. Degraaff
Estuve varios días atado, mi mirada no lograba romper la atención en aquella piedra que no hacía más que atraerme. Comencé a perder fuerzas, sin agua ni comida pronto mi muerte se posaría sobre mi hombro izquierdo. Escuché algunas aves esperando mi desenlace sobre el piso rojo. Campanas y algunas visiones no detuvieron el poder de la tierra que apretaban como sal la herida de mi alma, aquella de la que buscaba escaparme. Herido de muerte en mi interior, ahora comprendía que no podía escapar ni despistar mi destino quien se preparaba para darme el golpe de gracia. Recité algunos versos improvisados, algunas canciones que habían tenido fuerza en mí. Me callé sólo cuando la luz cedía el paso a la oscuridad una noche más y los lobos alejados se escuchaban con la luna que se ponía hacia el horizonte que daba reflejo en la periferia de mi mirada. Recordé algunos tonos de una suave flauta que anunciaban el final del día, otro día más atado a mi mirada y a mi cuerpo tieso que no escapaban de esa realidad que volvía a reclamar mi vida. El viento acariciaba mis ojos lentamente, y se metía en mi boca para darme aire y frescura. El gusto a sal era de mi propio cuerpo. Me deshacía en fuerzas, sabía que si dormía caería prontamente en la oscura y placentera compañía de siempre. Mi reflexión se centró en intentar comprender como la tierra podía ser infernalmente tan rígida y tan decidida. Una piedra bastaba para atraparme, un roca iba a ser la impiadosa muerte de mi cuerpo. Así es como comienza la aventura de mi espíritu en hallar la manera de hendir, al menos un segundo al universo.
Dicen que es de idiotas intentar no seguir el curso de nuestra propia naturaleza, pero no hemos de saber el por qué de ella. Conocemos eso que traemos de quien sabe donde implícito en nuestro corazón y nuestro yo interno, o seremos todos profundamente iguales cuando se trata de nuestra verdadera naturaleza. Mas, lo que encontré en aquella sombra que se convertía en piedra, fueron los propios miedos de finalmente uno debe superar para llegar a una profundidad inquietante. Al final creemos que ser nosotros mismos es fácil, pero desconocemos o no queremos ver que para llegar a nosotros mismos el camino oscuro puede intentar que peguemos la vuelta antes de cumplir con nuestra meta.
Me convertí por días en águila, y miraba con una visión increíble aquel cuerpo que encadenaba su mirada a aquella roca. Volé intentando buscar ayuda, pero el desierto era extenso, quizá me llevaría días encontrar alguien que se precipitara hasta donde mi cuerpo humano se hallaba. Atravesé nubes blancas y grises, a merced de un sol abrasador y corrientes de aire frías que daban respiro a mi vuelo. Observé algunos cuervos solitarios en las laderas de altos riscos. Erizados, llenos de una soledad placentera. ¡Flores de un ocaso turquesa, denme el aroma de su calidez envuelta en la sincera razón de su propia existencia, y con eso una muerte dulce para volverme alimento de su hermosura!
Como águila me precipité a la tierra para morir sin motivo, pero antes de hallar en el piso la canción final, me encontré arrastrándome y zigzagueando sobre mi pecho. ¡Era yo una serpiente! Así sentí que no eran más que códigos humanos aquella mirada sombría de este animal frío, acechante y peligroso. Seguí mi instinto, camino en busca de quien pudiera alejar aquella mirada de aquel cuerpo que se hundía en los poros de una tierra caliente. Al fin me di cuenta que poco prestigio tenía mi condición, ¿Quién ayudaría a una serpiente? Al acercarme a cualquier animal todos huían, los hombres por miedo no huirían, pues a los hombres el miedo los vuelve más peligrosos pensaba, matarían siempre para mostrar su ventaja humana, para defenderse de sus propios temores y para demostrar su libertad, como siempre han hecho. Fue cuando deseé con toda mi piel, una que de poco dejaba atrás ser un animal al que un hombre respetara. Aquí me di cuenta que no tenía oportunidad, los hombres no respetan a los animales, así me transformé en un perro. Mi condición oprimía mi pecho, sentía una increíble necesidad de amor, como perro sería capaz de resistir cualquier azote del destino para sentir una mano que acariciara mi pelaje, para sentir un amor que aunque mentiroso y por compasión, me hiciera creer que no estaba solo. Así, bajo esta condición no debía ceder, debía seguir mis sentimientos, no debía buscar un hombre que ayudara a mi cuerpo a quitar mi mirada de aquella piedra que absorbía lentamente mi energía desde hacía días, mi corazón canino indicaría el camino adecuado.
Al llegar a un pequeño pueblo, encontré cientos de personas que atrajeron mi atención, todas aquellas personas, tenía la sensación, estaban tan perdidas en sus pensamientos, como lo estaba la mirada de mi cuerpo lejano. Me parecía tristemente opresora aquella imagen que encontré en los humanos. Todos muertos en vida, comprando en aquella feria, cargando bolsos de comida y objetos que bajo mi condición perruna no encontraba utilidad. Al fin reflexioné si era necesario volver a convertirme en aquél hombre, si era preciso que volviera a ser el mismo de antes, perdido en las mundanas necesidades de los hombres ambiciosos, perteneciendo irremediablemente a la cultura social humana.
Luego de pensar echado bajo la sombra de un joven árbol, decidí dejar mi empresa atrás, ya no quería volver a ser un hombre, me quedaría soportando la falta de amor y compañía que sienten los perros, sufriendo el escarnio de los hombres pero buscándolos al fin cuando estos me llamaban con señas, esperando una caricia.
Al anochecer cerré mis ojos en la penumbra y el silencio de un pueblo que cerraba las cortinas a las estrellas se resguardaba de la luz de la luna.
Desperté sentado frente a aquella piedra, con total liberación de mis movimientos. Así llegaba por primera vez a comprender algo de mi mismo. Aquella piedra, era el espejo de mi propio destino. Era la fiel imagen de algo que escapaba a mi entendimiento. Por fin me levanté y sentí mis músculos rígidos por la inmovilidad de tantos días. Caminé ya sin correr, había visto bajo la forma de animales cuan alejado estaba de mi verdadera naturaleza. Había encontrado en aquellas formas un mundo completamente nuevo y extraño. Visión, intuición, corazón, ahora sé que mi destino no está en ser un hombre y actuar como animal, es la de ser un animal y actuar como un hombre.
G. F. Degraaff
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