He vuelto

He buscado, contraído, la versatilidad de mi derrota, y he sentido el placer de desaprender. Ahora vuelvo, con el calor de un claro mensaje.

El laberinto del cubo

Cerraba la noche disfrutando el intenso sabor de un tabaco negro como acostumbraba ya en los últimos días antes de que la realidad y la fantasía terminaran involucrándome en una puja de la que apenas estoy saliendo. Pasé varios meses en cuidado de una enfermera joven, con poca practica en el cuidado de ancianos, pero con una paciencia infinitamente superior a aquellas a quienes la vida ha castigado con el incesante clamor de la rutina. Aquella noche de mi alusión presentaba como presagio, la escazes de aire, y la desidia, por mi parte, a la caminata nocturna. En parte, la necesidad de saborear un cigarro se había convertido en una penosa obsesión esa noche. Cuando la lluvia, con fuerza extravagante hizo vibrar la puerta de la entrada supe que mi desición había sido guiada por alguna fuerza omnisciente, o al menos, el placer de mi acierto de mantenerme bajo techo me hizo sentir con tal poder. Miraba la fotografía vieja de María, muchacha que había partido hacia el norte llevándose consigo algunos años de mi vida, muchos de ellos, los mas felices. Pensaba si habría podido encontrar la salida a ese laberinto que ella misma se había creado. Gracias a ella, y en parte a mi estupidez, comenzaba a creer que la humanidad gustaba crearse problemas que le dieran sentido a su existencia. Los relámpagos como explosiones subterráneas, crujían el suelo, y despertaban un sentimiento de hastío en esa noche cruelmente solitaria. Miré por la ventana como quien espera encontrar la respuesta de una antigua pregunta olvidada en la oscura calle cubierta por el manto gris de la lluvia incesante. Para mi asombro, la silueta de una persona que se acercaba hasta la puerta de entrada de mi casa, me hizo apagar el cigarro velozmente. No esperé que hiciera sonar el timbre. Salí a su encuentro. Al abrir la puerta su figura ya no estaba. Me apresuré en llegar hasta la vereda mas no encontré señal alguna de su fugaz presencia. Abatido regresé. La necesidad de una ducha ganó terreno en mi mente, tras volver oprimido por la humedad y el frío. Al salir del baño, tomé mi lugar al lado de la estufa. Conjeturé que Rulfo pertenecía a una escuela surrealista hispanoamericana olvidada. Ya que los límites de la realidad y la fantasía en él desaparecen. Por mera curiosidad me asomé por la ventana para cotejar mi soledad. Allí estaba aquella sombría silueta bajo el enorme caudal que caía del cielo. Cerré las cortinas no sin temblor ni inquietud. Respiré unos segundos y me aventuré hasta la puerta. Al abrir, aquella figura había vuelto a desaparecer. Unos metros adelante, sobre el camino que conducía a la vereda, una extraña figura cúbica estaba en el centro de mi mirada. Miré a ambos lados, corrí y la tomé, como quien toma algo ajeno lleno de vergüenza y miedo, y regresé corriendo al interior de mi hogar. Una vez adentro, sequé mi ropa, encendí otro cigarro, (esta vez tabaco rubio), y dispuse mi atención a aquel denso cubo extraño. Lo primero en llamar mi atención fueron sus perfectos vértices, su material, que parecía ser una aleación de metales pesados. Tenía una cerradura en el centro. Creí que sería imposible dar con la llave, cuando se me ocurrió que estaría en el piso de la entrada, en el lugar en que había encontrado el cubo. Aventurarme hasta allí consumió la poca cordura que me quedaba. Definitivamente, allí estaba. Tallada, rústica, del mismo material que cubo. Su tamaño no era de gran importancia, sino mas bien la leyenda que tenía grabada. Sus simbología era árabe, " اعادة بلادي حلوي الجنون " su significado, " la dulce locura". Al girar la llave y abrir el cubo, había otro mas pequeño en su interior, fiel al estilo ruso de las "Matrioshkas o Mamushkas". Creí que al final daría con algún viejo mensaje, o con alguna revelación. Esta idea comenzó a tomar posesión de mi mente, al punto que habían pasado tres días y tres noches, abriendo cubos, sin llegar al cubo final. Ya no comía, ni dormía, mi existencia estaba determinada por el fin de aquél acertijo. Colapsó mi cuerpo y mi mente. Cuando entraron en mi casa los agentes polciales, sólo recuerdo el ruido incesante de las sirenas de la ambulancia, hallarme acostado sobre una camilla, en un estado de total indiferencia ante el espectáculo, con la firme ambición de llegar al final de aquél laberinto cúbico. Antes de cerrar los ojos por acción de los calmantes, grabé en mi memoria los ojos desorbitados del policía que guardaba el cubo dentro de su mochila. Sólo yo sé que sin la llave que aún guardo, no podrá abrirlo. La revelación del cubo será sólo mía o moriré en el intento.
G. F. Degraaff