He vuelto

He buscado, contraído, la versatilidad de mi derrota, y he sentido el placer de desaprender. Ahora vuelvo, con el calor de un claro mensaje.

Prologo

Las alondras suenan repentinas en mi cerebro, escucho el manantial de ideas que fluyen, cambian, giran y se expanden, observo el canto de arcángeles sobre los que se impregnan las filosas atalayas de las calles oscuras. Observo todo en mí alrededor mas no entiendo como aun no veo todo. Se escapan pasajeras del aire mil preguntas sin respuestas, se pierden aquellas cosas que no importan, pero mas se pierden aquellas que nos importan realmente. No solo miro con mi vista, también poseo la habilidad de oler con ella. Huelo cada respiro de lo que llega a mis manos, las hermosas melodías acompañan mi viaje de lo real a lo irreal, y susurro mil armonías de colores, cuando entiendo por fin el mensaje, cuando veo en la luz, cuando puedo oscurecerla. Entonces logro alzarme en el aire, para caer tempranamente aunque no existen tiempos para caer. Vuelvo a mirar a través de mí, por la bola de cristal que me envuelve y concuerdo la manera de expresarme mediante el uso del vocabulario, es algo que esta en mi mente o quizás no, pero está, y comienzo a preguntarme lo que siento, mis dudas me atropellan, logro sentir como una bala rompe mis huesos, como mi sangre fluye a través de mis venas abiertas y escapa, tampoco a la sangre le gusta permanecer demasiado tiempo en el cuerpo y quiere salir, desea romper con nuestro sistema, con nuestras arterias y brotar como una flor para liberar nuestro espíritu.
Hoy, escuche a mi vida susurrarme al oído, esa a quien amo, esa quien me lastima con gracia, quien me habla con su delicada voz y me cuenta entre las nubes de mi cielo, lo hermoso del valle tras las nubes. Soplo tan fuerte como puedo y logro esparcir esas nubes de ceguera, veo tras de sí, un cielo, un sol frente a mis ojos, rubio, de cabellos redados, de ojos claros, que me abraza y llena mi alma de sonrisas, y es entonces que mi sufrimiento crece porque donde existe la felicidad, el dolor acompaña. Salto el abismo que me separa de la verdad, pero hasta el mas estrecho abismo es difícil saltar, y caigo, vuelvo a caer mil veces, con el sol, que cae hasta los infiernos para alumbrarlos con su luz, y renazco junto a sus rayos de oro, para volverte a ver a ti vida mía, a quien estaré agradecido hasta mi último ocaso.
En mi alrededor giran miles de hojas de un viejo árbol marchito, de un arbusto celoso, de palabras enaltecidas, que quieren a cada revoloteo contar una de sus historias, una de sus andanzas, para que el mundo se adueñe de sus andares, de su experiencia y de si mismo, para no pertenecer a nadie.
La vida le habló a mi alma, quien camina entre senderos oscuros, entre pedradas y cardos furiosos, me dijo:-Camina recto, mas no hay camino, desciende y elévate, aunque no exista arriba ni abajo para ti, besa los pies de los bailarines y considérate dichoso de rodearte de ellos, pues, quien ve en la vida el danzar, puede alegrarse de danzar en la vida. Entonces suspiro y agoto mis fuerzas en mis pies, y me mantengo erguido, soportando la tempestad que azota mi rostro, la calumnia del viento frío y el mar bravo, la palabra de los hombres sin palabra y la sonrisa de los hombres sin sonrisa, pues hasta la sonrisa puede ser malvada.
Salgo de mi, hacia el aire, como un ave… la vida es dura para el hombre que roba virtudes y se inventa la densidad de si mismo, el hombre pequeño siempre puede ser humillado a partir de su pequeñez, y superarse con grandeza, mas, el hombre grande puede ser humillado, y a partir de su grandeza, ahogarse. Cuanto mas grande el hombre se cree, mas humillación sentirá en ser pequeño.
Y si mis penas desaparecen, será porque aprendí a sufrir, no hay vida plena para quien no aprende a sufrir y a superarse en sus tristezas.
Y si mis penas desaparecen entonces, será el día de mi viaje final, cuando navegue por mi océano inmenso hacia la inmensidad de mi océano, cuando salga al encuentro de mi sol, besando las aguas tranquilas por donde habrá de posarse para mi amanecer, para mi ocaso.
Hoy renazco, soy un cazador de hombres, de esos que se vuelven serpientes, de las arañas de caverna a quien molesta la luz. Y apunto y siempre sonriendo, disparo mil rayos de luz, porque hasta al diablo debe dársele lo que es suyo.
Volveré por que así lo quiere la rueda de la existencia infinita, volveré para ver mi amanecer desde mi valle, desde mi barca, desde mis ojos, desde mi alma, volveré para caerme y volver a saltar, sobre los bosques de estrellas hasta ser una mas que brille, hasta ser una mas que bese las aguas por donde navegaré mi viaje final, hasta que mi ocaso sea por siempre un amanecer infinito para las almas puras, para los nobles amigos de la vida, para quien en su ocaso acompañe al sol en su luz y renazca con sus rayos, para llenar de vida al mundo de los dioses, para llenar de vida al mundo de los hombres, para llenarse de vida eterna en los brazos del cielo y encontrarse caminando en la búsqueda de su existencia.

G. F. Degraaff
POLVO

Las nubes se encuentran a lo lejos. Mi mirada se pierde allá donde nada es visible. Encuentro en los ojos nocturnos la bruma del silencio. Te he encontrado! Hoy destello las preguntas. Hoy salgo a la luz. He conocido el estúpido problema al que se someten los hombres. Esto no me pertenece. Mi faz es la del sol en la noche. Si logras verme será porque el sol infinitamente se posa sobre nuestras sienes. Apaga la luz, es hora de dormir. En los boscajes las estrellas se ven enormes. Los ojos no han de ser precisos… si deseo me frustro. Mi frustración puede ser mi deseo. Encuentro las calesas que viajan al cielo. Mi boleto ha caducado. No soy digno de Dios. Dios no es digno de mí.
La armonía debería acompañarme como el viento al sonido. Las voces solo hablan. Y la verdad parece ser superficial.
He dedicado el tiempo a pensar en el tiempo. Basta! Todo vuelve, todo gira y me marean las agujas. Ya ha sido dicho. La fe sirve de consuelo. Quizás como guía. Soy una guija en medio del río bravo. Fulgoroso me envuelvo en el manto sagrado de mis ideales. Mis manos tienen sabor a herrumbre. He sido esclavo del paraíso perdido. No mas! Ostento mi transparencia como mis palabras. He escapado de las glebas del infierno. Primero lo soy, luego lo creo. Siento la pérdida de mi mocedad. He quedado perplejo por expiarme, son mis errores. Aun no encuentro algo en mi superior a mi. Vago pero laborioso. Lo que entra por la puerta sale por la ventana.

LAS SALAS MORALES

En las salas morales las paredes blancas son frías. (Mi bien es cuanto amo y cuanto me satisface por completo). (Mi mal, todo aquello en contra de mi voluntad, de mis ideales). ¿Quién decide quien debe morir? Extraviar el tiempo suponiendo que nos hace grandes. Basura! Yo digo: Lo que nos hace grandes nos debilita. Solo el necio espera ser sublime ante los ojos. La moral no carece de individualidad. El huraño también puede ser feliz.
El gran sentido que nos esclaviza. La gran farsa humana. La vacilación. Todo es para y porque. El intrépido humano no se guía por códigos humanos. La resignación ha sido impuesta. La concordia tiene como fin el progreso, (a toda costa), ¿de la raza? De las conveniencias individuales. Todos se estafan sonriéndose. Eso debe ser moral. Dedicar una sonrisa y un puñal. Algunos no son morales, pero deben serlo. En el sentido de que si no lo son acabaran condenados aquí en la Tierra. A cuantos se ha dejado sin condena por ligarse a la mayoría. Si cierro la boca no podré hablar. Todo a su tiempo. Mientras me guardo a mis ideas. El mundo no está preparado para las verdades. Las leyes fueron creadas para ser violadas. No mas leyes! No mas reglas! Muchas almas están demasiado sucias ya. Voluntades de almas sucias. Fines sucios. El hombre es un animal domesticado pero nadie le ha enseñado a pensar. Que podemos esperar. La esperanza eso por lo que aun vivimos. Continuando con las farsas: La verdad es decidida por lo predicadores de la mentira. Mientras tanto el mundo es dirigido por estos. Ahora Bien: yo predico mi verdad. Ya lo dijo aquel noble galileo: Quien tenga oídos para oír que oiga.
La unión hace la fuerza. Todos desean ser fuertes. Nadie anhela ser mejor. Por eso los hombres se juntan. Porque no se consideran lo suficientemente fuertes. Hoy el fuerte domina. El débil se somete. La humanidad esta sometida en un régimen humano. Caigan! Esta sociedad debilita! El hombre: animal racional. Las bestias también piensan, sino pregúntenle al Diablo Cristiano. El salvajismo puede ser racional también. Subo a mi pradera y encuentro una antigua ruina. Las gentes construyen para destruir. El cielo fue construido para ser destruido. El hombre fue hecho para ser desecho? Ahora: para esto hemos venido? No! Predicar la vida, el dominio del hombre. La armonía de la naturaleza. Lo que hemos olvidado. De donde venimos. Hacia donde vamos. Progreso: Una simple palabra confundida.


EL LABORIOSO

El día comienza lleno de estrellas. Cumplir con lo prometido. Después de todos estos días nocturnos se alza el sol. La gran estrella. Yo clamo el fin. Quiero llegar al final del río. Es imposible sin esfuerzo. Sin la fuerza no levantare las piedras. El dogal liga mi herramienta sagrada, pronto escuchare el vapor silbando humo alegre. Pronto me escuchare silbando humo alegre.
Las palabras se vuelven necesarias. Los absurdos se vuelven inevitables. Uno se acostumbra a lidiar con los dragones de los cuentos maravillosos, escupen fuego por la boca. Tantas estupideces, mis oídos se vuelven sordos, mis manos torpes.
Siempre mis nervios me han fastidiado.
Cuando todo carece de sentido, los sentidos carecen de sentido. Todo es poco:

Álzame entre suburbios,
De la noche en que comienza mi día.
Las praderas se tiñen de gualdas,
soy un esclavo de mi vida!

Ante mi un muro,
De lamentos. De piedras blancas.
Oh! Cántame tus melodías!
Fiel amiga sagrada.

Cuando estalla el furgón,
El acero cede.
Circulando los rieles,
el tiempo se enreda con mis oídos.

Hostiles inciensos
marean la atención de los puercos
que se hospedan sin permiso.
En derredor la gris calumnia.
Quedan sutilmente sumisos,
entre el velo de los paganos
nadie es culpable de la tragedia.


El laborioso
la clase del lamento,
he visto muchos ojos húmedos.
Son tantos los fantasmas
que asustados se pisan entre sí.


LA DAMA

Una antigua compañera. De las salas de juego en que deambulaba. Soltó un alarido al encontrarse circundada por lobos feroces. Escapaba subiéndose a los árboles de los violentos pantanos, donde pedía una copa. Yo me acercaba furtivamente, para que no me confunda con uno de esos espejismos desérticos. Luego hablábamos de las mil y una noches en que volvíamos juntos a saltar por encima de las cuerdas del cuadrilátero. Me ruborizaba a menudo cuando pedía un vaso de agua, pues llamaba la atención de la chusma que solo observaba y conversaba por lo bajo, entre dientes. Esto no me sorprendía, los conocía y me compadecía de esas pobres almas. Siempre hablaban, y cuando no tenían de que hablar, inventaban cuentos de terror, de los cuales todos eran protagonistas. Al caer tarde la noche y temprano el día, con elegancia se erigía sobre sus pies tambaleantes. Tomaba su abrigo con ambas manos, y dedicaba una volátil sonrisa a su alrededor, para escaparse por los pasillos de luciérnagas sombrías que debía atravesar para llegar al final de aquel antro. Afuera era otra. Eclipsaba a las más brillantes estrellas. Con fulgor propio. Yo le prestaba mi brazo para acompañarla, y mi alma; se la regalaba bajo la luz del candelabro de mi habitación. Me aseguraba de que no despertase hasta que yo lo deseara para poderla contemplar en sus sueños mas profundos, para abrir los ojos de día con el sol a mi lado. Acompañados con alguna melodía pasajera. Me embarraba de sus caricias. Me bañaba en sus tormentas.
Pero este cielo se ornamentaba con nubes crueles. Las aves volaban a su alrededor mas ninguna se posaba en ella, era fiel solo a su naturaleza. Era transparente cuando sabía que nada oscuro dejaría ver detrás, el resto del tiempo me entretenía mirando el suelo, buscando la sortija adecuada.
Luego solo con una mirada nos despedíamos, regábamos el ambiente de cálidos aromas y volvíamos a encontrarnos en cuestión de minutos. Nuevamente enredados, afiebrados de noches enteras, siempre las mismas, con palabras nuevas, con experiencias nuevas, con sensaciones nuevas, pero con el sentimiento constante. Aunque nada se mantiene constante por mucho tiempo; nuestro reloj solía atrasarse por momentos y saltarse de a ratos, sobre todo cuando no había tiempos que respetar o los tiempos no eran respetados. El invierno era cruel. El frío golpeaba su pecho, nunca el mío. A mi me castigaba la voz. Nos convertíamos en inmensas estructuras de hielo, capaces de generar otra época glacial. Dos palabras eran muchas. Ella desaparecía, yo enloquecía. Veía caerse el cielo en mis manos y poco me importaba. Sólo una vez más decíamos. Y seguíamos diciendo. Pero hasta el invierno termina y aún así queda nieve en las cúspides de las montañas mas altas, las mas cercanas al cielo, esas que ni el sol derrite, y en las salas de juego el sol no es invitado, como tampoco lo es el tiempo. Siempre hace frío en los elevados cielos, amigos del sol.



G. F. Degraaff

A ustedes

Alas rotas han partido del vientre vital, susurra el presagio de lo inverso, en gotas de ácido sus ojos se bañan, con ellas el dolor de lo incomprensible azota mi rostro evidente. El viento ennoblece mis ansias de quedarme al margen de mi mismo y enredarme en el austero choque de mis razones, mas la rigidez de lo concreto absorbe mi cuerpo y mi espíritu. Desprecio todo encierro donde soy víctima.
Los carceleros de mi alma viven en la rueda del azar girando sobre sus rincones, aquellos que no han de sacudirse… vueltas, vueltas, caen siempre en el mismo lugar y destino: La gigantesca nube de polvo que ciega y enmudece, que encierra y se abre paso entre las gentes, aprisionando el pensamiento y la calidad del ser humano, castigando toda libertad y constituyendo un sistema previamente organizado.
Hendiendo las estribaciones de lo impredecible concurro a mi encuentro y a mi tristeza, ¿Será ese el destino del hombre?, permanecer con los pies en la tierra, calculando las horas del reloj que aprisiona, ciegos y mudos de verdad… Por mi parte, cuanto mas profundo llegue, mas alto habré de elevarme.
Han roto las campanas del cielo, esas que los hombres crearon, esas que hoy se encuentran enmudecidas por el lamento y que ya no vive en ellas la armonía de lo infinito, siendo siempre más fácil imaginar una superioridad que serlo.
El hombre que duda de todos duda de si mismo, la confianza se ha perdido, la palabra que nos eleva por sobre las criaturas, carece de sentido digno, se resuelve en cenizas… Hubo una época en que la palabra tenía valor.
Han sometido al espíritu a lesa humanidad, sometido a la conciencia a los placeres mas oscuros, pronto someterán el alma… ser para crear, crear para ser.
Oh! El alma en los hombres, esa energía vital que nos envuelve y logra traspasar las escamas del cuerpo, que deja la evidencia de las emociones y sentimientos… ¡está sucia! El hombre ha perdido la noción de lo que al alma se refiere, por eso sus manos lloran sangre, porque han cometido un sacrilegio con lo mas hermoso que todos poseemos.
Se hablan demasiadas vaciedades, muchos que se jactan de haber recorrido tantos años, tanto caminos que aun no saben para que están en él, su andar es postrero y nunca llegaran a bañar sus lenguas en el necesario sufrir; calla tu boca, tu mente, hombre despierta el corazón hundido en el pecho, ruge tu verdad humana.
Me pregunto si alguna vez volveré a mi vieja casa en un tiempo ajeno al que hoy vivo; en aquella casa las monedas no sirven, todos viven en el aire y de sueños se alimentan, en aquella casa no hay sistemas, solo conjuntos individuales, energías en equilibrio, luces de paz.
El Superhombre, la idea descabellada que alguna vez surcó los jardines, se ha desvanecido en un proceso largo y absurdo. No han de darse cuenta que ninguna ley metafísica podrá superar la evolución espiritual, es por eso que cuando se habla de imaginar una superioridad no es mas que la frustración de acercarnos al mundo vulgar que nos proponen y a su aceptación dentro de los limites marcados por la ignorancia, que a nosotros mismos.
En una ocasión un antiguo maestro concurriendo a sus discípulos preguntó: ¿Por qué han de estar conmigo mirándome en pleno silencio? Ante la especulación de estos dijo: Ustedes están junto a mí porque buscan la sabiduría, el amor, pero por sobre todo buscan la paz, pues bien, la buscan sentándose en silencio a mi lado, escuchándome pacientemente, y consiguen por un momento eso que anhelan… yo les propongo que se largen de aquí, porque sino es en ustedes mismos donde encuentren esas virtudes no la encontrarán a mi lado… ¡Busquen en su interior! Luego de un largo silencio el maestro dijo… Amigos míos, el aire no busca la paz, la lleva consigo donde este, la naturaleza es dueña de ella, pues entonces, encontrar las virtudes dependen de nuestro modo de fluir, de pensar, de actuar, de sentir… vivir en este mundo como si fuésemos de otro, dejarnos llevar por el olfato de las buenas acciones, y una vez encontradas estas virtudes en nosotros mismos, encontrarlas a nuestro alrededor… El observador que contempla un cuadro es contemplado a su vez por este, ¿entienden amigos míos?


G. F. Degraaff

Abstracciones ( II parte)

Ambos fascinados el uno del otro, escapamos furtivamente en la noche hacia el laboratorio, buscamos unos libros y partimos hacia mi departamento. Fui explicándole cada uno de los momentos de mi presunta alucinación, y nos internamos horas en los libros y en las teorías hasta el amanecer siguiente. Lamentablemente el profesor debía partir a Canadá esa tarde, pues, le habían designado un cargo en el laboratorio científico mas sofisticado de ese país, donde podría seguir con el avance de sus investigaciones. Yo, me interne en mi hipótesis de movimiento planetario, dejando de lado mi experiencia trascendental.
Luego de algunos meses, encontré al profesor en el aeropuerto de Vancouver, el viaje había sido un poco tenso para mis oídos, Wesley, me hacía señas detrás del ventanal, enseñándome unos planos, sus ojos parecían desbordados, su sonrisa le ocupaba la mitad de la cara, en un momento comenzó a soplar con sus labios apoyados sobre el vidrio, las carcajadas brotaron de mi rostro.
Llegamos hasta el hotel en que residía Wesley, era hermoso, tenía particularidades clásicas con retoques góticos, verdaderamente un lujo. Comenzó a explicarme que mi alucinación le había otorgado ideas sobre una eventual manera de plasmar el universo energético, descubierto en sus investigaciones, sobre nuestras mentes y con eso lograr la fluidez dentro de una hipotética dimensión, a la velocidad de la luz.
Me enseñó partículas desconocidas por la ciencia, con la capacidad de crear un submundo dentro del nuestro, había creado una especie de cápsula que encerraría una realidad dentro de otra dimensión, de otro tiempo. Tenía lista una prueba que evaluaría dicha realidad en una mente humana. Con algo de temor en sus palabras me pidió que yo sea quien la pruebe.
Al amanecer siguiente, nos envolvimos en abrigos y salimos a las tranquilas calles de Vancouver, caminamos no sé bien cuanto tiempo, y llegamos al parque del laboratorio. Los árboles exhibían sus copas repletas de oro blanco, era un paisaje hermoso que podía ser visto desde la ventana del laboratorio de Wesley. Adentro ya de su arquitectónico laboratorio, me enseñó un artefacto no tan grande como sus capacidades. Me explicó que el artefacto, simulaba un campo de energía, en el que había logrado estudiar que dicho campo aceleraba las partículas de la materia y como consecuencia esta desaparecía por completo, deshaciéndose, y que una vez que el campo perdía energía, las partículas volvían a juntarse para formar la estructura material que poseía. Había probado con elementos orgánicos e inorgánicos, y ambos respondían a los mismos efectos, luego con animales que no sufrían efecto analítico en sus cerebros. Durante semanas me explico el comportamiento y funcionamiento del aparato. Yo estaba realmente entusiasmado. Recuerdo que esa noche no dormí.
Probablemente el relato no cuente con muchos y extensos detalles que no incluyo debido a que su carácter es meramente científico, esto por un lado, y por otro no estoy seguro, a pesar de recordarlos, de que sean veraces, y además, mi reloj biológico amenaza con detenerse, y quisiera dejar registro en esta vida de lo acontecido en la anterior.
Recuerdo claramente la mañana del dos de Junio, fue muy fría, el amanecer oculto detrás de nubes grises se empapaba con gruesas gotas de la lluvia matinal. El doctor había preparado mi desmaterialización durante semanas y todo estaba en óptimas condiciones para someterme a mi viaje a través de la velocidad de la luz. Mi vestimenta era delgada, no muy pesada y elaborada de un material metálico, que era necesario para el regreso a mi estado material.
Ingresé a la máquina alrededor de la diez de mañana. Mi memoria no podrá olvidar jamás el destello de luz que mis ojos vieron por última vez antes de sumergirme a una sensación particular, -(espero impaciente el momento de mi muerte para poder comparar exhaustivamente mi experiencia dentro de la máquina, con el momento en que mi cuerpo queda despojado de la energía vital)-.
-Una luz blanca, un túnel que variaba los matices del rosa y el violeta, mezclado con delgadas líneas plateadas y doradas, luego el túnel se volvía oscuro, y las líneas formaban cuadrados de colores primarios que jamás se tocaban, mi cuerpo no existía, pero podía ver todo, podía sentirlo, captarlo de alguna manera, toda la experiencia me resultaba tan familiar, no temía, tampoco sabía lo que sucedía, había olvidado el propósito de mi viaje, solo fluía a través de dimensiones y mundos. Mi cuerpo era algo olvidado. Atravesaba planetas, soles, vagué junto a Plutón fuera de la órbita solar y recordé mi hipótesis y me regocijé de haber tenido razón con mis especulaciones. Miré la galaxia desde la periferia como en una fotografía, era diminuta, recorrí el universo y llegué a sus limites, tan insospechados, tan cercanos, volteaba una y otra vez en sentidos contrarios. Más de una vez me sentí atraído por enormes agujeros invisibles, jugaba entre nebulosas y supernovas, todo el Universo era mi mundo, todo el universo era mi hogar.
En un instante me encontré mirando una enorme aglomeración de energía, está me habló en una idioma extraño, que mi mente muy bien entendía sin saber cómo, sentí su poder, sentí su vibración, reinaba la paz alrededor nuestro, éramos sólo él (sin carácter de deidad) y yo, sentí un enorme deseo de quedarme a su lado, de fusionarme a esa energía tan poderosa, pero mi partida era inevitable, me lo hizo saber, también me hizo comprender que volvería a su lado en el tiempo indicado, que yo pertenecía a él y él pertenecía a mí.
Algo en mí había quedado con él, no sabía explicarlo, algo me faltaba. Luego supe que era información, información recolectada durante millones y millones de vidas pasadas, de experiencias, de sentir la vida en mis poros, desde la vista de un bello amanecer hasta la sensación única del viento en el rostro, había quedado limpio, había quedado puro.
Me sumergí dentro de otro túnel, fulgoroso, brillante, encendido de energía y fuego, oí el grito desesperado de una voz lejana que me exigía que me alejase, que no siguiera más en el túnel. La voz era más fuerte a medida que me acercaba. Cuando todo comenzó a dilatarse y a aumentar de velocidad intentaba detenerme a pesar de los incesantes gritos desconsolados de la energía de mi madre, que muy bien sabía que atraía otra energía de vuelta a la vida, otra energía que conocería el dolor, el sufrimiento, la desolación, las crueldades de la vida material dentro del planeta Tierra. Percibía aquella energía mi pureza, no me deseaba otra vida aquí, no me deseaba la oscuridad a la cual es sometida la luz en este condenado planeta nefasto, embarrado de competencia y discriminación, de obscenidades y negociantes de almas. Los gritos eran muy fuertes, igual la luz del túnel, que con una contenida explosión desapareció. Solo quedaba el llanto del pequeño niño al que mi madre llamó Ernest White.
Durante años esta experiencia jamás había sido comentada, un silencio profundo e impermeable marcaron mi juventud, fui un huraño que conocía el verdadero fin del hombre, que conocía la química de la vida, todas las razones existenciales, que poseía inconscientemente la verdad universal sin saber articularla en palabras ni símbolos, sin saber comunicarla.
En el año dos mil cincuenta y nueve leí un artículo en el que el Doctor W. Quesley, para el año mil novecientos ochenta, había sido condenado a prisión por la muerte de su compañero el Doctor Ivo Friedinch, durante un ensayo de su poderosísima máquina desmaterializadora, (Máquina que fue adueñada por el servicio de inteligencia canadiense sin saber utilizarla y posteriormente vendida a la CIA) y separado de sus investigaciones acerca de la explicación científica del alma.
Hoy con ochenta años de vida, puedo decir que yo fui Ivo Friedinch, que sólo dejé la información recopilada durante millones y millones de vidas, y regresé a este mundo como Ernest White, limpio, puro, consciente de mi viaje, agradecido eternamente a amigo-colega Wesley el haberme dado la consciencia a mi alma en el momento de mi accidental muerte, consciencia que perdurará todas las veces que regrese a este mundo a buscar lo importante, la luz… la evolución.


G. F. Degraaff

Abstracciones ( I parte)

Para progresar de manera fructífera y verdadera comenzare diciendo que: observamos en una pintura, todos los detalles extendidos sobre el lienzo; aquella aglomeración de colores que lleva impregnada el toque de la impresión primera de una inspiración -que se trasmite de maneras no muy precisas, dado que cada cual enfrenta la experiencia de acuerdo a su estado del alma- de ahí la subjetividad que se nos presenta, puesto que nuestras almas logran florecer nuestros sentimientos. Existe también imperceptible, una aglomeración de vacío infinito; si llevamos nuestros ojos, y con ellos nuestra mente, nos internaremos en el precipicio mas profundo de la obra compuesta. Nuestra idea. Un escalón más oscuro sobre la explicación del autor.
Mi nombre era Ivo Friedinch, mi juventud estuvo marcada por una peculiar tendencia sobre los astros, me gustaba observar el cielo nocturno primaveral adivinando así el movimiento de los planetas y las constelaciones. Recuerdo cuanto amaba la ciencia, era mi vida. Estudié astronomía desde los dieciocho años hasta el inexplicable suceso, que mas tarde explicaré, de mi desaparición física. No recuerdo todas las fechas ni todos los lugares, solo algunos destellos -(de ahí que mi relato no encadene todos los sucesos que tuvieron lugar desde la mutación de mi realidad habitual hasta mi desaparición dimensional)-, algunos detalles que no puedo comprender recordarlos, y otros que tras años de búsqueda pude conocer, ahora sé que un acto en la vida de un hombre alcanza para determinar toda su existencia.
Comenzare presentando a mi ex colega, el distinguido Doctor W. Quisley, una persona alta y de cuerpo macizo, contextura típica de las razas europeas de las regiones nórdicas. Su calvicie se ganó la burla del consenso Astronómico de Nevada. Durante años se dedicó al estudio de la antimateria, predijo la composición de las antipartículas que forman la antimateria, Sostuvo en su elegante ensayo, universo invisible, que el Universo trasciende las conjeturas de las mentes humanas, que así como hemos predicado un bien y un mal, o sea, las dualidades, existe una dualidad imprescindible, que no percibimos, pero que sin dudas, son parte del vacío existente mas allá de las fronteras terrestres, una antimateria que sostiene el equilibrio de la constante fluidez de energía en el Universo, cargas eléctricas invertidas que se destruyen a si mismo, liberando una especie de energía parecida a los rayos Gamma, (energía con menor longitud de onda comparada a los rayos X, pero con mas potencia).
El hecho que les voy a narrar, no está para nada alejado de las hipótesis del Doctor W. Quisley, presentadas hace mas de ochenta años, luego de haber yo desaparecido, una vez mas de la faz de la tierra.
Estaba preparando mi tesis en una de las habitaciones del Palacio de Hamilton, en Salt Lake City. Por fin había encontrado yo un lugar fiel a mis presunciones, Necesitaba mucha tranquilidad, me mantenía huraño elaborando una hipótesis para mi trabajo sobre las leyes de movimiento planetario, quería explicar el fenómeno ocurrido en la órbita de Plutón, que sufría desviaciones surgidas por ráfagas de gravedad, de acuerdo al acercamiento en etapas que Neptuno provocaba, sobre este y su satélite Caronte, y como se estaría alejando de la orbita solar dentro de La Vía Láctea, para perderse en miles de años al estado de reposo o movimiento uniforme en línea recta, sin que ninguna fuerza externa como la fricción o la gravedad le asignen un nuevo rumbo, Afirmando las leyes Newtonianas.
Tomaba café, extraviaba mi mente en letras y simbolismos, algebras y ecuaciones extensas, cuando el canturreo de la radio atrajo mi atención y todo el entorno se había iluminado con ciertas luces destellantes multicolores, el tiempo comenzó a extenderse junto con el entorno multicolor, advertí el flujo de dinámicos amuletos giratorios, vi la proximidad de cada una de las partículas del aire y se me congeló la sangre, absorto fui situando mi atención en las irradiaciones de un campo energético inexplorado en mi consciencia, velado por mi conocimiento.
-( A pesar de que la ciencia constantemente propone estas odiseas, la experiencia resulta a veces perturbadora, sin omitir aquellos que solo postulan teorías, números y resultados, aquellos que juegan a conjeturar la inmensidad del mismo Universo tendrían miedo si se perdiesen en él)-. El trance psicodélico había terminado con un colapso nervioso. No podía lograr equilibrio, el vértigo me llenaba de preguntas instantáneas. Si bien el aire estuvo por una mínima fracción de segundo resplandecido, había podido percibir la totalidad del vacío que las contenía sin tocarlo, millones y millones de puntadas conformaban el paisaje de mi entorno, cada unidad de materia desaparecía tras puntos y espacios tan pequeños y tan incontables, tan llenos y tan vacíos, que podía ver a través de ellos, el mismo vacío que los contenía. En primera instancia simulé, tonto de mí, haber sentido un agotamiento mental, complementado con una mala alimentación y como consecuencia inmediata, una disminución de mi presión sanguínea.
Durante toda esa noche no logré disuadir las preguntas naturales que mi mente se hacía. ¿Había podido percibir la energía tal como fluye, sin nuestras intermediarias sensaciones ordinarias?, ¿Había logrado evadir la efímera realidad que existía en ese tiempo y espacio, e internarme en otra aún más súbita pero quizá mas real? De pronto se había abierto para mí las puertas de la percepción, en un instante sin saber como, estuve suspendido en mi pequeño Universo mental.
El mediodía se presentaba caluroso, como un presagio, la tarde quemaba el pavimento. Tomé un taxi que estaba estacionado frente a las puertas del espléndido Palacio. El rostro del taxista me hizo recordar una película de Quentin Tarantino, pues, una enorme cicatriz fraccionaba su cara como una enorme red en una cancha de tenis. Sin perderme en el asombro, rápidamente pedí que se dirija hasta la 5ª Av., pasando la colosal estructura edificada en el siglo XIX, que funcionaba como biblioteca estatal. La ciudad se revelaba aburrida, ruidosa y con un toque de ordenada mugre sobre la acera. Pagué al hombre el viaje y me encontré frente a la morada de mi amigo el Doctor W. Quisley, a quien pasaré a llamar Wesley.
Lo encontré un tanto afligido, el acelerador de partículas sufría inconvenientes mecánicos por lo que su ensayo había tenido que ser cancelado, y reprogramado hacia finales del año. Su aspecto, a pesar de su descontento, manifestaba su extensa labor. Como buen científico, evidenciaba noches de vigilia y experimentos, falta de aseo y como perdido en una dimensión oculta, embriagado de tensión y paranoia. Sus palabras eran veloces y confusas, en un segundo logró decir lo que yo diría en una hora. Alegaba haber encontrado la manera de suspender la antimateria en su estado natural dentro de una esfera, y estudiado la composición atómica de esta. Logré entender que, el choque entre la materia y la antimateria en lugares con un campo magnético relativamente potenciado, evidenciaba la forma y la estructura de una dimensión experimental en donde el tiempo era capaz de extenderse y contraerse, donde el vacío era parte de la materia y de la antimateria a la vez, y todo, absolutamente todo era energía en diversos estados de desmaterialización completamente insospechados, destellos de partículas fluyendo dentro de esta extraña dimensión.
Su relato y toda su explicación científica me exhibía un mundo totalmente confuso y maravilloso. Se había extendido horas, yo solo me limitaba a escuchar y observar, sin cuestionamientos. Creía que Wesley podría ayudarme a entender lo que había atestiguado la noche anterior, y de alguna manera percibía todos sus avances como una pieza fundamental de comprensión sobre el funcionamiento de nuestra cognición.
Me dijo hipotéticamente que yo había tenido una experiencia reveladora, había logrado romper con mis esquemas mentales, y sumergido fugazmente, y suspendido por encima de la elasticidad del tiempo, como los antiguos brujos, dejando fluir a través de mis sentidos, una realidad heterogénea, materializada por mis sentidos, observando el curso de la energía creadora del Universo, estado al cual es posible llegar con la ingestión de ciertas plantas alucinógenas. Me dijo también que en esos segundos en que duró mi experiencia, había hecho trizas la dimensión ordinaria, me había convertido en un haz de luz, sin materia ni tiempo. En mis años como científico, las investigaciones Albert Einstein sobre la posibilidad de fluir a la velocidad de la luz, hicieron que despertaran el asombro sobre la eventualidad, incomprobable, de manifestarnos a dicha velocidad, la teoría carecía de contundencia, no nos era posible alcanzar dicha velocidad debido a una inestabilidad que se presenta sobre el volumen y la masa de la materia que alcanza el grado de luz, sin tener en cuenta el tiempo. A estas alturas creo que el viaje no nos es posible a través del cuerpo, pero ¿Es necesario nuestro cuerpo para viajar a través del infinito?, creo que hasta ese entonces no se había considerado a la mente como un medio capaz de transportarnos, no necesariamente de manera material, a la velocidad de la luz o quizá mas allá de ella.

Nota: Este cuento se dividirá en dos partes

G. F. Degraaff

Nadie ha visto nevar desde el cielo (IV parte)

La desesperante condición del niño hacía que los médicos le inyectaran vitaminas y tranquilizantes. Pero el niño tenía un propósito.
Esta es la última carta que escribió:

Querida Madre, querido Padre:

Desde la formación de mi consciencia, y la alteración de mis etapas psicológicas me hallé consolado cálidamente con la energía de sus almas, lamento igualmente ser víctima de una neurosis que no me deja en paz. He sido capaz de pretender una realidad que no me correspondía. Con tal intensidad opté por olvidarlos como en recordarlos. He sido el mercenario de los sentimientos, en la meridional tierra del Mesías he fallado en ambos intentos. Jamás conquisté mi reino, sino que él se ha rebelado contra mí. Me han puesto ante los ojos del gran maestro y nunca estuve listo para hacerlo. Tú, madre, esmeralda del cielo del ocaso, tú padre, luna llena del desierto, me han abandonado. Busqué los sellos de sus pies, busqué sus huellas... Quizá he dado con ellas. Del gueto de mis antepasados quise salvarlos, entiendan ahora tal fracaso. Nunca me han dejado. Un hombre me cedió su mano, hoy le vuelvo la espalda. He sido esclavo de mis palabras como afirmaba el griego, he sido rechazado, no han reconocido mi virtud como a los impresionistas franceses. Ni siquiera he sido comprendido, pero me basta, Artaud o quizá Van Gogh tampoco lo fueron. Mi mocedad no impidió mi valentía. Les regalé mi alma, les dejé mis vivencias antes de ser absorbido por el oscuro mar de la consciencia. Ahora puedo ser libre. Ahora voy a buscarlos con la pena en el alma del amor insuficiente de la humanidad, con la simple condición de un no ego. Sin ropajes que cubran mi cuerpo, sin máscaras que cubran mi rostro, sin nada a que renunciar. Ahora. Voy a buscarlos.

Habían hallado el cuerpo del niño luego de seis horas, cuando el momento del desayuno matinal se alzaba junto al sol naciente. Con la pluma incrustada sobre su pecho, sobre su corazón. Entre cientos de hojas que hoy nadie recuerda.
Pues esa es la condición del Gran Maestro, dejar sus huellas solo en los corazones. La pluma solo es una herramienta.

Gabriel F. Degraf

Nadie ha visto nevar desde el cielo (III parte)

Una calurosa noche de verano, el niño cenaba misteriosamente en silencio, envuelto en una profunda angustia. Su padrastro bien conocedor del temperamento del niño no tuvo remedio en preguntar las razones de su abatimiento. -¿Qué te sucede hijo mío? preguntó con cierto temor. Silenciosamente el niño levantó su rostro y las lágrimas irredentas brotaron desde el vacío. -Hoy... mi madre cumpliría años. Los gemidos del niño se hicieron imparables y estalló en él el recuerdo de su madre. La sentía cerca, la extrañaba, la quería estrechar entre sus brazos con la fuerza de su alma, invitarla a leer alguna de sus poesías, que empapadas de cariño dedicaba a su memoria.

Conjuro a las nieves eternas,
La bendición de las perlas blancas
Madre de los colores del firmamento,
Alba de estrellas pacíficas.
Conjuro tu dicha, a cambio de mi fuego,
Que quema los baldíos de la soledad infinita,
Que quema las hojas de vientos antaños.
Volátil tu mirada hipnotiza,
como el rumor de un sueño misterioso,
viajante de nobles laberintos.
En tus manos una rosa marchita
de alguna pradera en ruinas,
de algún valle silencioso.
Aclamo entre pétalos heridos
el regreso de mi sutil adicción,
de la oscura estratagema
de tu panegírico ilustrado.
Diosa querubín alabada,
adorable suscitadora de magia,
poseedora del Universo.
Alada mía,
Basta contemplar un segundo,
(alardeada belleza impregnada)
tus ojos de inocencia divina,
observo un segundo
el cielo de tu recuerdo...
madre,vida.


Cada año, la ambición de crear la mas bella poesía para su madre se había convertido en la tarea mas ardua del niño. Trabajaba en sus obras pero dedicaba su energía a dar a luz a los versos mas hermosos, a utilizar eficientemente sus metáforas, a llenar el vacío que la falta de su madre le había legado, a través de mágicas palabras que la revivieran aunque solo un instante, en su memoria.
Habiendo sucumbido a su poderosa obsesión de reinventar la poesía, de revivir a su madre a través de sus maravillosos relatos, el niño se sentía perdido. Había abandonado la escuela luego de dos años de intensos esfuerzos, para internarse en su habitación intentando encontrar aquella piedra filosofal que traería a la vida a su madre y a su padre, que los reuniría en la eternidad, basándose en la imaginación y en el poder de las palabras. Cada historia que escribía poseía el latente deseo de estrechar sus brazos. Habíase perdido en la semilocura del artista. Su padrastro no tenía ya acceso a su vida. Vivía en penumbras escribiendo en silencio. La fuerza que tenían sus actitudes habían destruido la influencia de aquel hombre sensible que cuidaba de él. Ya no acataba órdenes, era un pequeño solitario. Con la intensa voluntad de un líder.
Cierta vez su padrastro destrozó la puerta de su habitación temiendo que después de dos días sin comer se hallara en un crítico estado mental. Al encontrar al niño sentado entre miles de hojas escritas por su pluma y casi sin fuerzas, decidió internarlo en un asilo para niños con problemas mentales. Decisión que repercutiría en el niño haciéndolo inaccesible. Sus recuerdos habían estado consumiendo su mente, su pequeña mente que esperaba aún encontrar a su madre entre las personas que caminaban cerca de su ventana en la habitación del hospital mental del pueblo. Su padrastro intentaba hacerlo volver en si. Los médicos intentaban recuperarlo. El niño tenía un propósito. Habían aceitado todas las puertas de hospital para evitar el chirrido que hacían. El niño solo pedía agua. Ya no hablaba.

Nadie ha visto nevar desde el cielo. (II Parte)

Una noche en que la nieve ondulaba el techo por la presión, escuchó a su madre sollozando entre lágrimas, con una mezcla de ira e impotencia, con desesperadas palabras inaudibles, con el enloquecedor ruido de las máquinas de una cercana fábrica que formaban entre las pausas silencios desgarradores.
Cierta mañana al despertar, sin su madre que había salido a su trabajo, el niño emprendió un viaje por el vecindario, preguntando si alguien tenía un empleo que ofrecerle. A cada puesto de diarios el joven se ofrecía como ayudante, en cada restaurante, en cada taller, en cada fábrica. Entre risas maquiavélicas, comentaban, -Eres muy joven para las tareas que necesito, o más bien, ¡Lárgate niño!, este es trabajo para un hombre. Al caer la tarde, presuroso por llegar a su pequeña choza antes que su madre, con el ánimo por el suelo por la incapacidad de ayudar a su protectora, se encontró frente a la puerta de un pequeño taller de carpintería. -Preguntaré aquí. Pensó un rato si no había ya preguntado antes por una vacante, y al estar seguro que no, cruzó el umbral y se dirigió hacia la parte trasera del galpón. Con algo de timidez y de torpeza preguntó al carpintero si podría ayudarle en sus tareas a cambio de algún dinero. El carpintero ante la vergonzosa expresión del niño lo invitó a acercarse. -Ven niño, acércate. El era un hombre robusto, increíblemente alto y fuerte, pero con la sensibilidad de un poeta, de firmes palabras, pero de suave expresión. Y esta sensibilidad es la que hizo que el niño comenzara como ayudante. El le pagaría el almuerzo y la merienda y unos cinco pesos por día. A cambio el niño aprendería el oficio y lo ayudaría en todas las tareas.
Al regresar a su casa desbordado de alegría y encontrarla vacía, un gran temor se poseyó de él inmediatamente, alterando su hermosa sonrisa. Sabía que su madre siempre llegaba temprano y por nada del mundo lo dejaba sin aviso ante la necesidad de quedarse algunas horas más en su empleo. Nervioso se echó a correr por el camino que llevaba a la lavandería, con lágrimas en los ojos que ahogaban el pecho entre respiraciones cortas y agitadas. Al ver a la ambulancia en la puerta de la lavandería, su espíritu se desplomó. Corrió manteniendo el aliento y se abrió paso entre las personas que husmeaban en la entrada. Sobre una camilla el rostro pálido de su madre le golpeaba el alma. Había muerto súbitamente. No existía explicación. Su tristeza la había consumido. Su alma no soportó mas la lejanía de su hombre, y fue en su búsqueda. El pequeño estalló en desesperación, -¡Madre! ¡mamita!, ¡despierta ya!, ¡vamos! he encontrado un empleo, ¡ya no seremos pobres!.

Durante semanas, cargó la enorme pérdida de sus padres sobre sus hombros, lloró inconsolablemente noche tras noche, el mundo parecía caer como mil espadas sobre sus pequeños hombros que apenas soportaban su trágica existencia.
El carpintero compadecido decidió adoptarlo como su propio hijo. No podía concebir que la vida de un niño quedara destruida para siempre. Que aquel sensible niño terminara huérfano vagando por las calles a merced de las tinieblas que rodeaban las frías y violentas noches. Tanto por los peligros que corría como por la escuela que tendría. Lo obligó a trabajar incesantemente. Entre lágrimas momentáneas y estallidos de ira, había aprendido a manejar las herramientas y a elaborar cualquier mueble siguiendo rigurosamente los planos de su construcción. Parecía haber nacido para el oficio. Al poco tiempo era un gran carpintero. Hasta daba las órdenes a los nuevos aprendices, que con aplomo consentían los mandatos del niño. Había obtenido un gran temperamento, una gran disciplina, se había vuelto rígido, frío y estricto en su deber. Pero por dentro seguía siendo el niño sensible que esperaba a su madre cada vez que una puerta de chapa rugía para abrirse. El carpintero había vueltose un padre para él, lo respetaba, lo amaba, lo miraba con el brillo especial que poseen los ojos de un niño que admira profundamente, que desea abrazar con toda el alma, que necesita el calor de los brazos prójimos.
Al terminar la jornada laboral, el niño ayudaba a su tutor a ordenar y limpiar, a preparar el taller para la jornada siguiente. Ayudaba a preparar la cena y pronto se acostaba para su tan anhelado descanso. Todo en completo silencio.
Una mañana, el carpintero despertó al niño llevándole una taza de té con tostadas a la cama, lo sorprendió susurrándole al oído,
-¡Despierta niño príncipe, ha llegado la beca!
Beca que esperaba ansiosamente, que le permitiría comenzar a estudiar literatura en la escuela del pueblo. La invalorable expresión de su rostro entre risas y lágrimas estremeció la piel compasiva del hombre, que entre abrazos y besos predijo el nacimiento del escritor mas reconocido del todo el país. -¡Hijo! serás el artista mas fabuloso del planeta! las palabras de aliento tan necesarias para el joven eran
el manantial de amor que tanto necesitaba. Ese día trabajó alegremente, contó a todos y cada uno de los empleados del taller la suerte que había tenido y que sin dudas sería el escritor más grande de todos los tiempos. Se mostraba locuaz, veloz y lleno de ternura, dedicaba abrazos exquisitos a aquellos que formaban una familia dentro del taller, explotaba entre el caos de sus emociones, sumergía su sonrisa en los corazones de aquellos hombres.
Estudió y trabajó incesantemente, la energía vital del niño comenzaba a crecer entre las ansias de conocimiento y la firme promesa que había profetizado. Año tras año, su capacidad aumentaba, su erudición sorprendía a cada uno que lo conocía. Con sólo diez años de edad era capaz de escupir belleza en cada ademán, en cada gesto, en todas sus palabras el lenguaje gozaba de dichosa fidelidad. Se dedicaba a escribir por las noches mientras su padrastro le servía la cena y lo admiraba secretamente, mientras su concentración lo hacía embellecer y volar en su arte.

Nadie ha visto nevar desde el cielo. (I Parte)

Las lejanas noches frías que compactaban los helados cuerpos de una inocente familia del Norte, fueron la crudeza hecha carne para los testigos de su cruel historia.
Ella era una pobre viuda, de tez blanca, de ojos llanos y nariz pequeña, largas y finas manos cortadas por los quimicos de su trabajo. Un pequeño puesto en una lavanderia del pueblo. Sus honorarios eran migajas que apenas podian solventar el gasto alimenticio de su pequeño hijo. Un muchachito de ocho años de edad, con rostro de buen genio, lleno de picardía y sueños de artista. Un jovencito gentil, tímido y de buen corazón. No asistía al colegio, pues, el presupuesto para su educación era insostenible. Este en cambio había aprendido a leer desde sus seis años y en consecuencia de ello era un amante de la literatura romántica. Poco entendía de números. No entendía la extraña razón de los símbolos algebráicos, no comprendía la función del dinero, pero si entendía que no lo tenían, y en consecuencia, su tan anhelado viaje a Paris aun era prematuramente lejano. Se pasaba el día leyendo, esperando a que su madre regresara para servirle la cena. Una pequeña taza de mate cocido con trozos de pan duro que su madre regateaba en la panadería. Su alegría era inmensa al escuchar la pequeña puerta de chapa que rugía para abrirse al paso de la llegada de su frustrada madre.
Su padre era Marinero, había muerto en uno de sus viajes por el océano ártico. Era un amante cazador de ballenas y osos polares. La mujer había enteradose de la tragedia unos veinte días después. Mientras ella esperaba angustiada la fecha de su regreso, mojando un viejo trapo que le servía como pañuelo, encendiendo velas a los santos protectores de la vida de su hombre. Por aquellos días su pequeño envuelto en fiebre, había contado a su madre la trágica alucinación de la muerte del padre. Alucinacion que veinte días despues se hizo piel. El marinero había dicho a su mujer:
-Aguardame, a mi llegada saldremos de esta inmunda pocilga y nuestro pequeño podrá ir a la escuela, podrá ser un gran científico, llevaras hermosos vestidos y nunca mas la sonrisa desaparecera de tu rostro.
Esto nunca pasó. La mujer vivía con su pequeño hijo en un cuarto de alquiler, en uno de los barrios mas pobres, con paredes tan finas como láminas de cartón y un techo de viejas chapas de plástico con pequeños agujeros que permitían al agua de las lluvias filtrarse hasta el piso de polvo. En las noches de invierno, debían llenar sus cuerpos con todos los abrigos que tenían, que no eran muchos. Muy pocas veces podían darse el lujo de obtener alguna garrafa casi vacía, con la cual calentar por unas horas el angosto espacio de su cuarto.
El pequeño en sus solitarias horas, buscaba entre los enormes cubos de basura, cualquier objeto de valor, cualquier cosa que permitiera crear o inventar algo con que divertirse. Había construido un cortadora de cespéd con el pequeño motor de una licuadora vieja. Tenía un gran talento para utilizar de manera creatriva cualquier elemento con el que muchos hubieran resignado su utilidad.
El miraba el rostro abatido de su madre y no podía sentirse indiferente ante la tristeza que los ojos de la pobre mujer emanaban. El cansancio de cargar con una vida llena de obstaculos, el duro trabajo como madre y como viuda. Viudez que apenas había podido superar, pues aquel marinero era sin dudas, toda su felicidad, su razón de vivir, era la mano de hierro que la tomaba firme cuando ella caía en las agitadas aguas del infierno.
Siempre preguntaba el niño a su madre. -Madre, por qué lloras?. Y ésta, secando sus lágrimas repetía, -No es nada hijo, no es nada.
-Madre, cuando crezca podré encontrar un empleo con el que te haré los obsequios mas lujosos de la ciudad, te llevaré de paseo al centro comercial y compraré para ti todos esos hermosos vestidos que la gente rica usa en sus reuniones.
-Hijo, solo quiero que seas un buen hombre. No importa si somos pobres por siempre. Prométeme que serás un buen hombre.
El niño no comprendía que significaba ser un buen hombre pero asentía. - Lo prometo madre!.

Nota: Este cuento se dividirá en cuatro partes. G. F. Degraaff

El designio del cielo

-Prefiero dormir un poco- Dijo Fiedrich antes de desaparecer a través de las antiguas armonías que brillaban en el torrente de una nube azul. Apareció de golpe, intentando mirar por detrás de las paredes negras de su alrededor, titilaban enfurecidas las luces noctámbulas de una imaginación que yacía inmóvil, oculta en un vacío, oscuro, frío. Mientras el bosque abría sus copas, derramados los ríos, giraban y resplandecían, igual las hojas del jardín de Fiedrich.
Como todos los días, el amo del cielo, el sol, corría por el domo, esquivando el algodón, que estaba por ser cosechado de la pequeña huerta de un jardín real, como el cielo, que obstinaba el pecho, volviendo a reclamar lo suyo.
Entrando en la habitación contigua a la de nuestro soñador, había un mueble, esplendoroso, saludaba amistosamente, la llegada de una nueva luz. La cama invitaba, mejor dicho, ostentaba o quizás persuadía su visita. Habló: dijo que la llegada de la nueva luz no le había permitido dormir, que si prefería, podríamos dormir juntos. Le respondí, que venía de un largo viaje, que debía continuar en él, y me creyó, tranquila, que volvería eternamente a ella. Atravesé el pasillo, saltando tan lejos como podían mis piernas, por encima de blancos picos nevados, y entré por el techo en la habitación de Fiedrich. El mismo sol, que reinaba la dimensión de un tiempo que no se parece al nuestro, asomabase por la cerradura sin llave, (porque la llevaba en su cuello), y se miraba al espejo, narcisismo, arrogancia, detrás de otra puerta.
En la cama, la suave respiración de Fiedrich, que obligaba el sueño, parecía el roce de nubes, cumulares. Debajo de su cama el rojo oro nibelungo, erigía el descanso, varios metros del piso de la delgada habitación, suspendiendo todo, incluso el tiempo.
El amo le habló a Fiedrich al oído, le contó con una sola palabra el verdadero fin del hombre, una palabra que solo recordaría una vez, que nunca mas encontraría significado a ella, que llenó de armonía y paz a Fiedrich, que lo alzó, volátil hasta las estrellas de colores de su apaciguado sueño, que le dio la espada y la pluma, e iluminó las sombras de los vértices del alma. Una palabra inerte pero llena de vida, hasta su asonancia, aquella palabra era perfecta. No existía Dios, que no la conociera, sus letras eran una simple ecuación de entre todas las letras, encerrada por el círculo de la existencia, resonaba en los sentidos. Más antigua que la escritura, tal como clasifican los musulmanes al Corán. Era la palabra, escrita en cada uno de los corazones humanos, esa que tan distante se encuentra, perdida en el mundo interior. Inútil sería la comparación, no podría con precisión ser comparada con ninguna inmortalidad.
Al despertar, Fiedrich, recordó con alegría la palabra divina, con cada letra se regocijaba hasta la plenitud, daba vueltas una y otra vez, su sonrisa, dibujada, olvidada, destellaba su pasión, su amor, infinitos, como el torrente de combinaciones musicales posibles. Alcanzó a ver el porvenir humano, y calló, nadie ha de saber el motivo. Había visto el futuro de la humanidad, quizá horrorizado, quizá estupefacto, infinitas posibilidades de una conjetura abstracta.
Sentía las manos del mismo Buda, estaba completo, era un círculo. Las palabras sirven para clasificar los estados del alma, pero, como saber si el sentimiento de alegría, por ejemplo, es lo mismo en todos y cada uno. El fuego de una palabra divina sin explicación, había tocado el corazón de Fiedrich. No existe palabra, ni ideal, que pueda acercarnos a este sentimiento.
Caminó el aire, el agua, lejos de su habitación, cerca de su alma, se internó días en su imaginación, en su respiración, no pensaba en nada, sólo en la nada, intentando sólo recordar la vieja palabra que una luz le había procurado. Días, noches, Dioses, clamaba con todas sus fuerzas, gemía por dentro la agonía, se deshacía en los colores, se torturaba en los recónditos templos. El Sol en un día nublado, se hizo presente solo a su mirada, débil, como empujada a la soledad, le dijo: Esa palabra que buscas amigo mío, ¡ay! ¡Esa ha desaparecido!, era solo tuya y ahora es del cielo, no bajes la guardia, es parecida al oro que escondes bajo tu cama, consumirá tus días, consumirá tu vida, verás girar relojes de arena y creerás que el tiempo traerá su suerte contigo, ¡ay! Olvídala, piérdela, amigo mío, tienes la esencia de los Dioses en tu recuerdo, y nada ha de ser olvidado en tu alma, olvida ya tu razón, no te pertenece, nada te pertenece, en tus sentidos está la clave, en tu instinto está la llave, nadie conocerá esa palabra mas que tú aunque no la recuerdes, es la ofrenda que te ha sido designada del cielo, es solo tuya y no lo es, que mas da, olvídala ya, nadie ha de olvidarse de ti, vivir en el recuerdo acaso, ¿no es vivir? La vida no solo es esto que tocamos, no es solo esto que imaginamos, buscar fuera del mundo nos pierde, si no vemos el mundo adentro primero. En ese instante, Fiedrich, se confundió entre los rayos del Sol, solo sus huellas habían quedado de él, solo su recuerdo. Tal vez fugó a otro mundo, ¿pero a cual de todos? Solo había quedado su cuerpo postrado en la lejanía de su habitación, y también, de su alma.

G .F. Degraaff

Los asesinos del hada

Entre lujuriosos pantanos de inocencia yacía una antigua hada de ensueños, era un hada blanca, con ojos de zafiro negro, mirada punzante y manos de cristal que rápidamente se trasformaban en bayonetas de bronce y rubíes. Más antigua que el sol, más brillante que cualquier estrella, tan hermosa como un cielo de esmeraldas en la noche más entera del infinito firmamento, hacia un horizonte aun más infinito.
Una mañana al despertar de su apacible sueño caminó entre gotas de rocío helado para posarse a los pies del valle multicolor que ella misma había soñado. Su mirada se perdía a lo lejos, a los costados del inmenso arco iris que flanqueaba su paso, entre las aves del horizonte, las flores de los jardines de un otoño silencioso. Su mirada estaba mas allá de cualquier conjetura, uno no sería capaz de interpretarla.
Era verdaderamente hermosa, hija del Dios del Cielo, llevaba en su sangre la marca divina de la juventud inmortal, irradiaba con su fuego blanco la armonía de la naturaleza, el equilibrio de las fuerzas, creadora de la paz, y por sobre todo, era humana.
Caminando entre árboles, los de manzanas de oro, se encontró con una hermosa hespéride que lloraba:
- ¿Por qué lloras? Preguntó el hada sonrojándose ante la triste escena. La hespéride solo lloraba inconteniblemente, formaba un mar a sus pies.
-Lloro porque una hermana mía ha muerto, una mas, ya no quedan muchas hespérides que cuiden de los árboles de manzanas de oro. Las personas no vienen porque tienen apetito y desean una manzana, vienen porque están ciegos de ambición y mis manzanas son de oro, entonces, por conseguir una manzana, vienen con sus arcos y sus flechas a matarnos a nosotras que las cuidamos, y pronto habremos de desaparecer, Las leyes divinas nos prohíben abandonar el bosque, por lo cual, no tenemos muchas formas de defendernos, solo debemos permanecer cerca, y cuidarlo. Nosotras las hespérides cuidamos que las manzanas crezcan y logren iluminar el bosque con el brillo de sus manzanas, para cuidar a los viajeros que lo atraviesen, para proteger a todas las criaturas solitarias; y sin manzanas el bosque se oscurece, se vuelve tenebroso, nos envuelve en miedos y penumbras.
El hada escuchaba la elegía de la joven hespéride, aherrojándose a su desolación. En el relato mencionaba que aquellos árboles que quedaran desnudos de manzanas se apagaban y solo el soplo divino podía volverlos a iluminar, mientras tanto, los árboles perdían la esencia biológica y se secaban al cabo de unos días. Contaba también que cada manzana representaba el alma de algún ser vivo, y cuando alguna era arrancada, algún ser viviente abandonaba sus deseos de vivir como por arte de algún hechizo maligno, y moría instantáneamente.
-¿Por lo tanto, si las manzanas de oro del bosque fueran arrancadas todas de sus árboles y no quedaran mas árboles de semejante importancia, quedaría extinta la vida en su totalidad? Preguntó el hada, aún incrédula de la obstinación de las personas ambiciosas.
–Sí. Respondió la dulce hespéride, que lloraba no solo por sus hermanas sino también por todos aquellos seres que habían perdido la vida en manos de gente que desechaban la idea de estarse asesinando a sí mismas.
Yo misma he visto hombres morir al pie del árbol al cual robaban su manzana; arrancaban su manzana y arrancaban de sí mismos su propia alma, otros en cambio, llenaban sus bolsillos y luego se iban, asesinando a quien sabe que ser viviente. La conversación había durado salvajes horas de llanto y desolación, cuando en algún momento del pasado, un hombre oscuro se adentró al bosque y tomando impulso sobre filosas y delgadas líneas energéticas que abundan en el aire, para alcanzar el borde externo de la copa, arrancó de un árbol una brillante manzana, la mas brillante de todas, una manzana que iluminaba a las demás en medio de la oscuridad que acechaba la noche, instantáneamente el hada cayó sin explicación en el lugar en donde se encontraba. Sus ojos luchaban entre el fuego de la vida y el fuego de la muerte, el tiempo había detenido su curso, la hespéride, el hombre, la manzana, el bosque, todo había quedado suspendido en el aire del tiempo gris que controlaba el paisaje visible, como si el alma del hada hubiese hecho explosión en ese preciso instante y todo volviese a nacer, hasta el mismo Universo, hasta el mismo Dios. Rayos cubrieron la noche estrellada, relámpagos de hojas marchitas en el cielo, torbellinos de energías alborotaban el aire, colores, sentimientos, todo formaba parte del aire del bosque, fuego, piedras, silencios. Al amanecer siguiente el hada había muerto y nunca pero nunca más el hombre volvería a ver una manzana de oro, ni una hespéride, jamás volverían a tener la posibilidad de elegir su inmortalidad, habían desdeñado todas sus oportunidades y nunca mas contemplarían una noche iluminada por elegantes copas doradas, el infinito quedaría solo como una idea inalcanzable, sus ojos no comprenderían el daño irreparable que habían causado al curso de su vida, nunca han sido capaces de comprenderlo y creo que nunca lo comprenderán.


G. F. Degraaff

El ladrido

Cuentan los antiguos astrólogos que los sucesos que una persona o inclusive el mundo viven, puede ser conocido con antelación mediante el perfecto uso de las herramientas astrológicas y los movimientos planetarios, sumado al ejercicio pleno de la intuición. Ahora bien, si estas valiosas herramientas hubieran sido conocidas y ejercitadas por Julián Quiroga, podríamos afirmar que los horribles acontecimientos que tuvieron lugar en la última noche podrían haberse evitado con tan solo darle una vuelta a la cerradura de su casa.
Se apagaban las luces y se abría la penumbra de una luna llena. En las calles el ruido se había vuelto exilio. Las sábanas blancas de su cama de madera pronto se tornarían la escarlata de su dolor. Había salido para perderse en la inmensidad del campo magno que le facilitaba los ingresos con los cuales vivía. Había vuelto, entrada la tarde al cielo, para buscar el cascabel que contenía la llave de su casa. Durante largas horas recorrió la extensión de los pastizales que apenas alumbrados por su antorcha brillaban a causa del rocío nocturno. Fugazmente el cielo adquirió un brillo inesperado, similar a una aurora; la danza de colores en el firmamento acudió en su ayuda. Iluminó el cascabel que contenía su preciada llave, esgrimiendo el espectro de su metal, le cedió la suerte de encontrarla. Ya muy tarde había perdido la esperanza de encontrarla y poder abrir la puerta de su casa. Exhausto gimió de alegría. Recorrió la prolongación del camino a su hogar. Vertientes de calles conducían a kilómetros de campos sin habitar. Conocía muy bien el camino que evitaría el error. Anduvo bajo la hermosa iluminación de las estrellas del cielo, bajo el baño de luna que teñía sus ojos en matices claros. Salió a su paso un canino negro que comenzó a acompañarlo. El animal lo seguía a un costado, como asustado, gimiendo y mascullando ladridos a su alrededor. Julián no conocía ningún perro por esas zonas que siempre recorría, por lo que la aparición del animal despertó una señal de alerta en su cuerpo. La rigidez impulsada por el nerviosismo cargaba en sus hombros un abominable peso. Tres kilómetros angustiantes de recorrido. Tres kilómetros de temores debilitaban las piernas del afligido campesino. Al llegar a su casa, ahuyentó al animal con una vara de madera y algunas pequeñas piedras. Pues el animal había corroído su tranquilidad y no quería seguir escuchando el ruido del llanto del canino. Una vez marchado el perro, introdujo la llave en la cerradura y giró dos veces. La puerta con peculiar chirrido cedió y dio paso a la claridad de la luna que llevaba en su espalda. Al filtrar la luz, dejó ver el orden del interior de la casa. Todo estaba en perfecto lugar. Al entrar, dejó de lado los zapatos, y con unos pasos cubrió el recorrido hasta el baño. Tomó una ducha de agua tibia y volvió para cerrar la puerta con llave y poder descansar en su alcoba. Al encontrarse frente a la puerta se encontró con una duda; decidió no girar la llave de la puerta. Había decidido súbitamente no poner llave a la puerta nunca mas, de esta manera no debía preocuparse si volvía a perder el cascabel que contenía su llave. Tomó un vaso con agua y se dirigió al mundo onírico.
En el transcurso de la noche, en una cantina alejada del pueblo, una disputa entre dos hombres había dejado el saldo de un muerto y un convicto. El asesino de aquel hombre montó a caballo escapando del lugar del hecho y perdiéndose en la espesura de aquellos caminos que conducían a kilómetros de campos deshabitados. El homicida tomó un camino. Luego de algunos Kilómetros de recorrer a caballo se halló frente a una vieja casa. Asustado por la policía que seguía su rastro se internó en el interior de aquella casa, al parecer deshabitada, sin trabas ni llaves que impidieran el acceso. Las luces de las linternas policíacas se acercaban por el camino. Debía esconderse. Entró en una habitación oscura. En la cama había un hombre durmiendo. Temeroso a que aquel hombre despertara y lo delatara, se acercó hasta él y comenzó a acuchillarlo a sangre fría. En el momento antes de morir, Julián, pudo mirar por el ventanal de su habitación: Allí estaba el perro negro, ladrando y mascullando la muerte que había visto. Uno de los policías escuchó los ladridos del perro y estacionó frente a la casa. Se acercó hasta el umbral y giró el picaporte… y la puerta abrió.
Al abrirla varios policías que estaban con él regresaron para ayudarlo a revisar el interior la casa.
Encontraron al asesino del hombre de la cantina encima de Julián, con el cuchillo en la mano y bañado en sangre. Julián nunca mas cerrará una puerta con llave, y el asesino jamás abrirá una puerta sin ella.

G. F. Degraaff

Roja luz incandescente

Se creían tan grandes como las antiguas estribaciones del horizonte, conjuraban los vientos a su merced y teñían los paisajes de un cálido rojo, penumbras del fuego.
Consumían su voz de una rápida noche, afiebrados en una sola palabra, desnudos hasta sus almas, cautivos de sus brazos y presos de sus miradas.
Paseaban de gota en gota entre las nubes, en lo alto del firmamento, y volvían a caer siempre en sus mantos de arena, una vez el desierto precipitado en la lejanía, llenaban sus bocas de mar infinito.
Batallas y pactos, esplendor sobre un espejo… ataban sus pensamientos, congelaban el destino y se complacían en compañía del silencio, hasta quedar sumisos en la luz del candelabro. Cantaban, reían y soñaban las mas tristes elegías, para despertar y contenerse, para llorarlas juntos, para encontrarse caminando sobre las ruinas de la mentira y sofocarse en sus suspiros, para colgarse de las estrellas.
Se afligían en desencuentro, acudiendo a los dulces recuerdos de paladares sensibles, de gustosos hallazgos sobre sus pieles de seda.
Estremecían sus rostros al chocarse sus tenues hilos de conciencia no compartida, y conjugaban sus dientes al ritmo de sus besos, despertaban vendavales con solo estar de acuerdo.
Sus juegos extraños, con alguna chispa de gracia en sus gestos solían forjar herrajes, aherrojándose sus cuellos, daban vueltas enredados como compartiendo el cuerpo, iban y venían, se perdían en la espesura y volvían a encontrarse. Enemistaban lo trivial, mas bien contemplaban lo bello, como Ariadna ella tejía, redes, para atraparlo en su tiempo, y él caía esclavo de su altruismo para con ella.
Cuando las piedras de sus murallas abatían, estallaban desde el océano como miles de cristales, el polvo cubría todo y el brillo los vestía.
Muchas veces las palabras se volvían armas, filosas heridas tenían, rencores guardados en pequeñas cajas que de ratos abrían, mas siempre se perdonaban como buenos amigos, desataban tormentas y las apaciguaban con el tiempo, pocas veces evitaban alzar la voz para no perder el diálogo.
Estos dos niños, se reían de todos quienes nunca entendieron sus juegos, sus locuras, de quienes nunca compartieron un sueño. Ambos bien sabían que más allá de sus vidas hoy, se encontrarán en destiempo, atemporal sentimiento impreciso en el tiempo, infinito en el tiempo…
Sabían que se tenían y les gustaba jugar con fuego.

G. F. Degraaff