He vuelto

He buscado, contraído, la versatilidad de mi derrota, y he sentido el placer de desaprender. Ahora vuelvo, con el calor de un claro mensaje.

El Olmeca

Las regiones volcánicas sobre las que estaba acentado el pueblo fueron la fuerza principal de su propia destrucción. A los pies de Huehueteotl, o Xiuhtecuhtli, señor del fuego de la comunidad Olmeca; figura principal de este pueblo antiguo que residía en los montículos elevados de Cuicuilco, en las últimas estribaciones de la cadena volcánica de Ajusco y al extremo suroriental del Valle de México; los sacrificios, se volvieron la última prueba de fidelidad para frenar el desastre. Mujeres y niños sacrificados, hombres y ancianos reverenciaban la sangre que bañaba la estatua del Dios, representado por un anciano con la cabeza baja soportando un gran cuenco sobre ésta y los brazos. El horizonte dejaba ver el rojo amanecer precedido por nubes violentas que llegaban desde el oriente. La sombra retrocedía.
A todas las castas inferiores les corresponde siempre el privilegio único de otorgar la vida por la comunidad entera, mientras los elevados lideran e impulsan el desarrollo. Un joven olmeca, llamado Xitli, esperaba el turno para ser decapitado a los pies de Xiuhtecuhtli, mientras miraba no sin lágrimas los bellos ojos que jámas volvería a mirar de Atxatl. El sacrificio comenzaba con una especie de baño de vapor o temascal, para purificar el alma de la persona, y luego, de rodillas, mirando al piso sobre una tarima de piedra gritaba su nombre por última vez al universo. Llegado el turno de Xitli, este miró a Atxatl y decidió ser dueño de su destino. Corrió, entre la paranoia de la comunidad, perdiéndose en la aglomeración de cuerpos. Tomó de la mano a Atxatl para perderse en una carrera contra el tiempo. Varios hombres habían salido tras él, el joven desertor que no estaba dispuesto a regalar su vida a su Dios, a su comunidad. Noches antes al último amanecer, bajo una luna gris, Xitli había jurado que sólo moriría por Atxatl, que suya era su alma y nadie podría jamás arrebatársela.
La carrera se dificultaba, los sacerdotes dieron aviso al pueblo, gritando que era menester el alma de Xitli para la salvación al inminente desastre que presagiaban las profecías. Corrieron durante horas. Bajo una montaña, una cavidad los abrigó. Pasadas unas horas, cuando el mediodía asemejaba una noche, un grupo de hombres encontró la puerta al pasaje montañoso que albergaba a los desertores. La única orden era eliminarlos por traición para satisfacer a Huehueteotl. Los encontraron siguiendo el humo que emanaba del interior de la montaña. Los encontraron en pleno acto sexual. Sin poder resistirse, recibió el golpe de una lanza de piedra en la altura de los pulmones. Xitli cayó inmediatamente sobre Atxatl, quien recibió la misma suerte sobre el plexo solar. Ambos habían sido eliminados bajo el nombre de un Dios. Esa noche determinó el principio del fin de aquella vieja civilización. Un volcán hizo erupción, explotó cubriendo dos terceras partes del montículo sobre el que se erigían los cimientos de la gran ciudad. Ninguna civilización que arroje oraciones a Dios, olvidando el amor mas puro, subsistirá en la Tierra. Cabe aclarar que aquel viejo volcán que destruyó esta civilización recibe el nombre de Xitli.

G. F. Degraaff