He vuelto

He buscado, contraído, la versatilidad de mi derrota, y he sentido el placer de desaprender. Ahora vuelvo, con el calor de un claro mensaje.

Sed

Cerca de las colinas de las flores, la esperanza echa raíces en la sangre del destino. Caminan extasiados los viajeros, con la sed de mil serpientes, en dirección al río oriental. Beben, y sacían su apetito con el polvo de estrellas que toda montaña posee. ¡Se escuchan campanas! y la atmósfera nocturna del lugar comienza a reclamar el trono. La brisa eriza la piel hasta convertirla en agua jadeante, el perfume inunda las fauses de los caminantes y baña el vientre cercano de la magia. Cuando la noche impone su autoridad, los ojos cansados sueñan el universo, millones de ojos mantienen el color de la noche, cautiva de soñadores rendidos en sus tareas, en años luz de distancia. Entonces, cuando las flores duermen, las almas de la conciencia inorgánica liberan las cadenas de una percepción lejana y toman el protagonismo de la escena. Corren por los campos de perlas los corcéles furiosos, que nacen del fuego de las puertas. El fondo sólo es mío, todo allí observa el centro. Camino sin tiempo por paraísos de azufre. Vuelco la botella y el piso es la tumba. Colores fugaces y luces parpadeantes mueven la música de fondo. Hasta la madrugada en que el sol mira el horizonte próximo y mata con puñal la oscuridad del universo. Los caminantes mueven las manos y sienten la dureza del espejo. Poco a poco se incorporan y vuelven a escuchar el sonido suave del rocío. Levantan el alma dormida y miran la cima una última vez, allí donde anidaran por siglos. Para no dormir. Inclaudicables, indestructibles, suben con el río de sangre a su lado. Allí donde beben los viajeros.

G. F. Degraaff