He vuelto

He buscado, contraído, la versatilidad de mi derrota, y he sentido el placer de desaprender. Ahora vuelvo, con el calor de un claro mensaje.

Nadie ha visto nevar desde el cielo (IV parte)

La desesperante condición del niño hacía que los médicos le inyectaran vitaminas y tranquilizantes. Pero el niño tenía un propósito.
Esta es la última carta que escribió:

Querida Madre, querido Padre:

Desde la formación de mi consciencia, y la alteración de mis etapas psicológicas me hallé consolado cálidamente con la energía de sus almas, lamento igualmente ser víctima de una neurosis que no me deja en paz. He sido capaz de pretender una realidad que no me correspondía. Con tal intensidad opté por olvidarlos como en recordarlos. He sido el mercenario de los sentimientos, en la meridional tierra del Mesías he fallado en ambos intentos. Jamás conquisté mi reino, sino que él se ha rebelado contra mí. Me han puesto ante los ojos del gran maestro y nunca estuve listo para hacerlo. Tú, madre, esmeralda del cielo del ocaso, tú padre, luna llena del desierto, me han abandonado. Busqué los sellos de sus pies, busqué sus huellas... Quizá he dado con ellas. Del gueto de mis antepasados quise salvarlos, entiendan ahora tal fracaso. Nunca me han dejado. Un hombre me cedió su mano, hoy le vuelvo la espalda. He sido esclavo de mis palabras como afirmaba el griego, he sido rechazado, no han reconocido mi virtud como a los impresionistas franceses. Ni siquiera he sido comprendido, pero me basta, Artaud o quizá Van Gogh tampoco lo fueron. Mi mocedad no impidió mi valentía. Les regalé mi alma, les dejé mis vivencias antes de ser absorbido por el oscuro mar de la consciencia. Ahora puedo ser libre. Ahora voy a buscarlos con la pena en el alma del amor insuficiente de la humanidad, con la simple condición de un no ego. Sin ropajes que cubran mi cuerpo, sin máscaras que cubran mi rostro, sin nada a que renunciar. Ahora. Voy a buscarlos.

Habían hallado el cuerpo del niño luego de seis horas, cuando el momento del desayuno matinal se alzaba junto al sol naciente. Con la pluma incrustada sobre su pecho, sobre su corazón. Entre cientos de hojas que hoy nadie recuerda.
Pues esa es la condición del Gran Maestro, dejar sus huellas solo en los corazones. La pluma solo es una herramienta.

Gabriel F. Degraf