He vuelto

He buscado, contraído, la versatilidad de mi derrota, y he sentido el placer de desaprender. Ahora vuelvo, con el calor de un claro mensaje.

Los asesinos del hada

Entre lujuriosos pantanos de inocencia yacía una antigua hada de ensueños, era un hada blanca, con ojos de zafiro negro, mirada punzante y manos de cristal que rápidamente se trasformaban en bayonetas de bronce y rubíes. Más antigua que el sol, más brillante que cualquier estrella, tan hermosa como un cielo de esmeraldas en la noche más entera del infinito firmamento, hacia un horizonte aun más infinito.
Una mañana al despertar de su apacible sueño caminó entre gotas de rocío helado para posarse a los pies del valle multicolor que ella misma había soñado. Su mirada se perdía a lo lejos, a los costados del inmenso arco iris que flanqueaba su paso, entre las aves del horizonte, las flores de los jardines de un otoño silencioso. Su mirada estaba mas allá de cualquier conjetura, uno no sería capaz de interpretarla.
Era verdaderamente hermosa, hija del Dios del Cielo, llevaba en su sangre la marca divina de la juventud inmortal, irradiaba con su fuego blanco la armonía de la naturaleza, el equilibrio de las fuerzas, creadora de la paz, y por sobre todo, era humana.
Caminando entre árboles, los de manzanas de oro, se encontró con una hermosa hespéride que lloraba:
- ¿Por qué lloras? Preguntó el hada sonrojándose ante la triste escena. La hespéride solo lloraba inconteniblemente, formaba un mar a sus pies.
-Lloro porque una hermana mía ha muerto, una mas, ya no quedan muchas hespérides que cuiden de los árboles de manzanas de oro. Las personas no vienen porque tienen apetito y desean una manzana, vienen porque están ciegos de ambición y mis manzanas son de oro, entonces, por conseguir una manzana, vienen con sus arcos y sus flechas a matarnos a nosotras que las cuidamos, y pronto habremos de desaparecer, Las leyes divinas nos prohíben abandonar el bosque, por lo cual, no tenemos muchas formas de defendernos, solo debemos permanecer cerca, y cuidarlo. Nosotras las hespérides cuidamos que las manzanas crezcan y logren iluminar el bosque con el brillo de sus manzanas, para cuidar a los viajeros que lo atraviesen, para proteger a todas las criaturas solitarias; y sin manzanas el bosque se oscurece, se vuelve tenebroso, nos envuelve en miedos y penumbras.
El hada escuchaba la elegía de la joven hespéride, aherrojándose a su desolación. En el relato mencionaba que aquellos árboles que quedaran desnudos de manzanas se apagaban y solo el soplo divino podía volverlos a iluminar, mientras tanto, los árboles perdían la esencia biológica y se secaban al cabo de unos días. Contaba también que cada manzana representaba el alma de algún ser vivo, y cuando alguna era arrancada, algún ser viviente abandonaba sus deseos de vivir como por arte de algún hechizo maligno, y moría instantáneamente.
-¿Por lo tanto, si las manzanas de oro del bosque fueran arrancadas todas de sus árboles y no quedaran mas árboles de semejante importancia, quedaría extinta la vida en su totalidad? Preguntó el hada, aún incrédula de la obstinación de las personas ambiciosas.
–Sí. Respondió la dulce hespéride, que lloraba no solo por sus hermanas sino también por todos aquellos seres que habían perdido la vida en manos de gente que desechaban la idea de estarse asesinando a sí mismas.
Yo misma he visto hombres morir al pie del árbol al cual robaban su manzana; arrancaban su manzana y arrancaban de sí mismos su propia alma, otros en cambio, llenaban sus bolsillos y luego se iban, asesinando a quien sabe que ser viviente. La conversación había durado salvajes horas de llanto y desolación, cuando en algún momento del pasado, un hombre oscuro se adentró al bosque y tomando impulso sobre filosas y delgadas líneas energéticas que abundan en el aire, para alcanzar el borde externo de la copa, arrancó de un árbol una brillante manzana, la mas brillante de todas, una manzana que iluminaba a las demás en medio de la oscuridad que acechaba la noche, instantáneamente el hada cayó sin explicación en el lugar en donde se encontraba. Sus ojos luchaban entre el fuego de la vida y el fuego de la muerte, el tiempo había detenido su curso, la hespéride, el hombre, la manzana, el bosque, todo había quedado suspendido en el aire del tiempo gris que controlaba el paisaje visible, como si el alma del hada hubiese hecho explosión en ese preciso instante y todo volviese a nacer, hasta el mismo Universo, hasta el mismo Dios. Rayos cubrieron la noche estrellada, relámpagos de hojas marchitas en el cielo, torbellinos de energías alborotaban el aire, colores, sentimientos, todo formaba parte del aire del bosque, fuego, piedras, silencios. Al amanecer siguiente el hada había muerto y nunca pero nunca más el hombre volvería a ver una manzana de oro, ni una hespéride, jamás volverían a tener la posibilidad de elegir su inmortalidad, habían desdeñado todas sus oportunidades y nunca mas contemplarían una noche iluminada por elegantes copas doradas, el infinito quedaría solo como una idea inalcanzable, sus ojos no comprenderían el daño irreparable que habían causado al curso de su vida, nunca han sido capaces de comprenderlo y creo que nunca lo comprenderán.


G. F. Degraaff