He vuelto

He buscado, contraído, la versatilidad de mi derrota, y he sentido el placer de desaprender. Ahora vuelvo, con el calor de un claro mensaje.

65 años

Desperté con la misma angustia con que cerré mis ojos para dormir. Como si el tiempo no hubiera girado, como si en un segundo volara el infinito a la misma escena. Yacía mirando el techo, con la desazón que reptaba mi cuerpo, buscaba en vano el pensamiento no lineal de mi costumbre. El terror de mi existencia manifestado en una constante dentro de mi sensaciones y de mi mente. No correspondía explicación que amortiguara mi desorden. Con algunas fuerzas me levanté, no sin mirar a mi alrededor y ver un extraño brillo en cada objeto. Ya no era mi habitación. Era de las mil almas que habían pasado por ella. Cada rincón escondía partes de alguna vieja historia. Ajena a mi sensación aflictiva, la habitación me encerraba. Imaginaba mil y una vez situaciones donde la fuerza de mi angustia crecía. El control lo había perdido al enterarme yo de algo que encendió la mecha. Hasta explotar no pararía. Tembloroso, al salir de la habitación, bebía mi taza de leche caliente. Mientras fuerzas ajenas libraban la batalla que yo había dado por finalizada. El frío golpeaba mis dedos al abrir la puerta. Una súbita explosión me dijo: -¡Ya está!. Había perdido mi angustia. Al pensar en ella con melancolía, regresó. Caminé y como de costumbre encendí un cigarro. El cielo mostraba una cerrazón incierta y mis pasos hasta mi destino consumieron velozmente a mi humeante compañero. ¿Cuándo terminará todo esto? pensaba. Las gotas como presagio comenzaron a caer. Recién empieza escuché decirme. Todas las mañanas miles de rostros. Miles de vidas, de problemas, de esperanzas, de vulgaridades y fantasías, de penas y monedas, mezclados con la penuria de sinceridad. La velocidad es compañera del dolor. Cuando uno está alegre desea que el tiempo circule despacio. Bajé del tren dispuesto a ocultarme bajo el techo de la estación. Opté por saltar las barreras, aunque tenía mi boleto. Eso me daría fuerzas para seguir. Pero una vez escapado hacia la salida, la fuerza se desvaneció como arena. Y así comenzaba otro día. -El frío no golpea a las palomas. Dije, aunque nadie escuchó. Mientras miraba una bella paloma caminar entre charcos de agua helada al cordón de una vieja calle y miles de piernas cruzaban peligrosamente sobre su cabeza. Será necesario un baño de agua fría para calmar esta angustia. Caminé unas cuadras hasta la puerta de mi cárcel diaria. Debía cumplir quien sabe que condena, sólo por ser parte de la sociedad. Allí, los mismos rostros de todos los días, aquellos que uno desconoce familiarmente. Y yo con mi angustia entro, preparo mis objetos de trabajo y guardo un rato mi vida junto a mis cosas en un casillero de metal. La angustia me acompaña hasta el final del día, y yo pregunto ¿Cuándo terminará todo esto? y como presagio suena la voz del despertador, y escucho decir: -Esto recién empieza.

G. F. Degraaff