He vuelto

He buscado, contraído, la versatilidad de mi derrota, y he sentido el placer de desaprender. Ahora vuelvo, con el calor de un claro mensaje.

Ruptura del tiempo

Se deshace el borde de la calle a cada paso que voy improvisando sobre la vereda. Recuerdo un texto de algún antiguo que se refería a la eliminación de los ilusorios límites que invocamos para seguridad de nuestra razón. Aquí comienzo a describir el naufragio de las sensaciones que antecedieron a esta caminata, en donde el mundo ha perdido por vez primera la aparente rigidez que despierta en la mundana manera de percibir lo concreto. Estaba yo, un yo que ya he perdido, pero a manera figurativa así lo llamo; atado a la arbitrariedad de una cordura que comenzaba a fastidiar mis trabajos y mi búsqueda. Hallaba todo tan repetitivamente absurdo que sólo me limitaba a percibir con el cuerpo, lejos de los sentidos. Caí en la cuenta de que era el producto de percepciones concatenadas, conectadas por todas las ilusiones yoicas que daban a mi vida una continuidad que no permitía la renovación. Podía ver como todo era producto de esta cadena de pasados. Irremediablemente quería deshacer varios momentos para sentir un cambio sobre la nueva forma de percibir. Así me daba cuenta que para sentir la innovación en los momentos, el cambio debía ser interno. Ver a las mismas personas, durante tanto tiempo, me había dejado el sabor de la falta de aventuras y sensaciones nuevas, para cuando comprendí que todo lo nuevo debía venir desde mi corazón había desperdiciado muchos momentos con personas por quienes sentía una enorme calidez. Nada pertenecía a mi pasado, o mejor dicho, nada podía representar el pasado, nada puntual, porque toda la vida en sí misma representa el pasado. Todo era pasado, un segundo más tarde, volvía a serlo. Suspiré, en soledad, la misma que venía sintiendo a pesar del mundo que vociferaba su lugar. Así la tristeza era terriblemente inevitable. Siempre he creído que comprender algo nos deja una gota de tristeza, tristeza que se quita con la necesidad de comprender otra cuestión para olvidar aquella otra, y así, la comprensión se volvía el arma más filosa de todas. Los locos han de vivir más intensamente, pensaba. Cuando me fue imposible amortiguar la comprensión de lo que me estaba sucediendo, fue que tomé la misión que yo mismo me declaraba, por las riendas. Me separaría del mundo definitivamente. Me buscaría en la soledad que aleja las culturas e identificaría los motores de todas mis conductas tan fervientemente que nada quedaría ligado a algún impulso. La fuerza sexual resultaba para esto una enemiga falaz. Pues, todos estamos sumergidos en un enorme mar de energía sexual que nos ata al resto del mundo, y así, prisioneros de nuestra única energía disponible y creadora, nos internamos en la cultura. Salí a merodear con la esperanza de que el aire me cediera una tregua y pudiera relajar mi mente abstracta. El olor a la calle, el ruido de motores y el eco de los árboles que gritan desesperados por la mirada de algún horizonte me habían devuelto un poco a mi lugar. Tendría que encontrar la manera de seguir soportando la existencia entre estas calles que atesoran la incredulidad y el “vivir por vivir”. Tendría que encontrar la manera de reír, de ser feliz, de disfrutar con aquello que todos disfrutaban, salir a bailar, beber, hablar, todas esas cosas que me resultaban innecesarias. Pues había personas que se alejaban de mí por mi falta de interés en estas cuestiones mundanas. ¿Y si la vida fuera otra cuestión? ¿Si fuera la vida el simple acto de reír y nada más? Entonces sería muy bello, pero también sería miserable. Debía aprender a representar las actitudes de cada uno de aquellos para quienes la vida se resume a un poco de esto, un poco de esto otro, un futuro, una casa, una religión, una rutina, y cosas que realmente no tienen un verdadero sentido de existencia. Tener y ser. ¿Pero tener qué? ¿Para ser qué? Esa pluralidad yoica que intentamos unificar. Así jugamos a ser Dios. Tengo que ir a bailar, pensé. Divertirme. Pero bajo qué sentido. Comprendía muy bien todos los argumentos válidos para decirme que podría ser feliz, que mientras podría jugar a no ver como mi vida se transformaba en eso que nos impone la cultura, ser padre, profesional, amigo, y todos esos títulos que le dan a uno, cierta personalidad. Aborrezco las multitudes, pero sin arrogancia, no me siento cómodo allí donde hay muchas personas, ya tengo bastante conmigo como para mirar a otros en sus estupideces. Y es por eso que aquí estoy, pensaba, solitario, buscando respuestas pero no en mi mente, en mi vida, en mis percepciones. Fue así que el cordón se nublo, y la vista quedó suspendida a una gran nube gris. Había fugado mi mente, habíase ido nuevamente a mi habitación, y al regresar, miré a mi alrededor, todo estaba en su lugar. Habían pasado algunos días, estaba sentado frente a mi hoja y a mi copa, y el tiempo había regresado a su curso normal. Había roto por primera vez mi percepción, había manipulado el tiempo y alcanzado algún estado fugaz. Pero había caminado por las calles. ¿Pero, por qué calles? No lo sabía. Solo sabía que no había en mí, vestigios de esa humanidad que sólo busca pasar la vida, vivir, comer, tener, morir, sin haber experimentado jamás que existen tantos mundos como percepciones.

G. F. Degraaff