He vuelto

He buscado, contraído, la versatilidad de mi derrota, y he sentido el placer de desaprender. Ahora vuelvo, con el calor de un claro mensaje.

Nadie ha visto nevar desde el cielo. (II Parte)

Una noche en que la nieve ondulaba el techo por la presión, escuchó a su madre sollozando entre lágrimas, con una mezcla de ira e impotencia, con desesperadas palabras inaudibles, con el enloquecedor ruido de las máquinas de una cercana fábrica que formaban entre las pausas silencios desgarradores.
Cierta mañana al despertar, sin su madre que había salido a su trabajo, el niño emprendió un viaje por el vecindario, preguntando si alguien tenía un empleo que ofrecerle. A cada puesto de diarios el joven se ofrecía como ayudante, en cada restaurante, en cada taller, en cada fábrica. Entre risas maquiavélicas, comentaban, -Eres muy joven para las tareas que necesito, o más bien, ¡Lárgate niño!, este es trabajo para un hombre. Al caer la tarde, presuroso por llegar a su pequeña choza antes que su madre, con el ánimo por el suelo por la incapacidad de ayudar a su protectora, se encontró frente a la puerta de un pequeño taller de carpintería. -Preguntaré aquí. Pensó un rato si no había ya preguntado antes por una vacante, y al estar seguro que no, cruzó el umbral y se dirigió hacia la parte trasera del galpón. Con algo de timidez y de torpeza preguntó al carpintero si podría ayudarle en sus tareas a cambio de algún dinero. El carpintero ante la vergonzosa expresión del niño lo invitó a acercarse. -Ven niño, acércate. El era un hombre robusto, increíblemente alto y fuerte, pero con la sensibilidad de un poeta, de firmes palabras, pero de suave expresión. Y esta sensibilidad es la que hizo que el niño comenzara como ayudante. El le pagaría el almuerzo y la merienda y unos cinco pesos por día. A cambio el niño aprendería el oficio y lo ayudaría en todas las tareas.
Al regresar a su casa desbordado de alegría y encontrarla vacía, un gran temor se poseyó de él inmediatamente, alterando su hermosa sonrisa. Sabía que su madre siempre llegaba temprano y por nada del mundo lo dejaba sin aviso ante la necesidad de quedarse algunas horas más en su empleo. Nervioso se echó a correr por el camino que llevaba a la lavandería, con lágrimas en los ojos que ahogaban el pecho entre respiraciones cortas y agitadas. Al ver a la ambulancia en la puerta de la lavandería, su espíritu se desplomó. Corrió manteniendo el aliento y se abrió paso entre las personas que husmeaban en la entrada. Sobre una camilla el rostro pálido de su madre le golpeaba el alma. Había muerto súbitamente. No existía explicación. Su tristeza la había consumido. Su alma no soportó mas la lejanía de su hombre, y fue en su búsqueda. El pequeño estalló en desesperación, -¡Madre! ¡mamita!, ¡despierta ya!, ¡vamos! he encontrado un empleo, ¡ya no seremos pobres!.

Durante semanas, cargó la enorme pérdida de sus padres sobre sus hombros, lloró inconsolablemente noche tras noche, el mundo parecía caer como mil espadas sobre sus pequeños hombros que apenas soportaban su trágica existencia.
El carpintero compadecido decidió adoptarlo como su propio hijo. No podía concebir que la vida de un niño quedara destruida para siempre. Que aquel sensible niño terminara huérfano vagando por las calles a merced de las tinieblas que rodeaban las frías y violentas noches. Tanto por los peligros que corría como por la escuela que tendría. Lo obligó a trabajar incesantemente. Entre lágrimas momentáneas y estallidos de ira, había aprendido a manejar las herramientas y a elaborar cualquier mueble siguiendo rigurosamente los planos de su construcción. Parecía haber nacido para el oficio. Al poco tiempo era un gran carpintero. Hasta daba las órdenes a los nuevos aprendices, que con aplomo consentían los mandatos del niño. Había obtenido un gran temperamento, una gran disciplina, se había vuelto rígido, frío y estricto en su deber. Pero por dentro seguía siendo el niño sensible que esperaba a su madre cada vez que una puerta de chapa rugía para abrirse. El carpintero había vueltose un padre para él, lo respetaba, lo amaba, lo miraba con el brillo especial que poseen los ojos de un niño que admira profundamente, que desea abrazar con toda el alma, que necesita el calor de los brazos prójimos.
Al terminar la jornada laboral, el niño ayudaba a su tutor a ordenar y limpiar, a preparar el taller para la jornada siguiente. Ayudaba a preparar la cena y pronto se acostaba para su tan anhelado descanso. Todo en completo silencio.
Una mañana, el carpintero despertó al niño llevándole una taza de té con tostadas a la cama, lo sorprendió susurrándole al oído,
-¡Despierta niño príncipe, ha llegado la beca!
Beca que esperaba ansiosamente, que le permitiría comenzar a estudiar literatura en la escuela del pueblo. La invalorable expresión de su rostro entre risas y lágrimas estremeció la piel compasiva del hombre, que entre abrazos y besos predijo el nacimiento del escritor mas reconocido del todo el país. -¡Hijo! serás el artista mas fabuloso del planeta! las palabras de aliento tan necesarias para el joven eran
el manantial de amor que tanto necesitaba. Ese día trabajó alegremente, contó a todos y cada uno de los empleados del taller la suerte que había tenido y que sin dudas sería el escritor más grande de todos los tiempos. Se mostraba locuaz, veloz y lleno de ternura, dedicaba abrazos exquisitos a aquellos que formaban una familia dentro del taller, explotaba entre el caos de sus emociones, sumergía su sonrisa en los corazones de aquellos hombres.
Estudió y trabajó incesantemente, la energía vital del niño comenzaba a crecer entre las ansias de conocimiento y la firme promesa que había profetizado. Año tras año, su capacidad aumentaba, su erudición sorprendía a cada uno que lo conocía. Con sólo diez años de edad era capaz de escupir belleza en cada ademán, en cada gesto, en todas sus palabras el lenguaje gozaba de dichosa fidelidad. Se dedicaba a escribir por las noches mientras su padrastro le servía la cena y lo admiraba secretamente, mientras su concentración lo hacía embellecer y volar en su arte.