He vuelto

He buscado, contraído, la versatilidad de mi derrota, y he sentido el placer de desaprender. Ahora vuelvo, con el calor de un claro mensaje.

Roja luz incandescente

Se creían tan grandes como las antiguas estribaciones del horizonte, conjuraban los vientos a su merced y teñían los paisajes de un cálido rojo, penumbras del fuego.
Consumían su voz de una rápida noche, afiebrados en una sola palabra, desnudos hasta sus almas, cautivos de sus brazos y presos de sus miradas.
Paseaban de gota en gota entre las nubes, en lo alto del firmamento, y volvían a caer siempre en sus mantos de arena, una vez el desierto precipitado en la lejanía, llenaban sus bocas de mar infinito.
Batallas y pactos, esplendor sobre un espejo… ataban sus pensamientos, congelaban el destino y se complacían en compañía del silencio, hasta quedar sumisos en la luz del candelabro. Cantaban, reían y soñaban las mas tristes elegías, para despertar y contenerse, para llorarlas juntos, para encontrarse caminando sobre las ruinas de la mentira y sofocarse en sus suspiros, para colgarse de las estrellas.
Se afligían en desencuentro, acudiendo a los dulces recuerdos de paladares sensibles, de gustosos hallazgos sobre sus pieles de seda.
Estremecían sus rostros al chocarse sus tenues hilos de conciencia no compartida, y conjugaban sus dientes al ritmo de sus besos, despertaban vendavales con solo estar de acuerdo.
Sus juegos extraños, con alguna chispa de gracia en sus gestos solían forjar herrajes, aherrojándose sus cuellos, daban vueltas enredados como compartiendo el cuerpo, iban y venían, se perdían en la espesura y volvían a encontrarse. Enemistaban lo trivial, mas bien contemplaban lo bello, como Ariadna ella tejía, redes, para atraparlo en su tiempo, y él caía esclavo de su altruismo para con ella.
Cuando las piedras de sus murallas abatían, estallaban desde el océano como miles de cristales, el polvo cubría todo y el brillo los vestía.
Muchas veces las palabras se volvían armas, filosas heridas tenían, rencores guardados en pequeñas cajas que de ratos abrían, mas siempre se perdonaban como buenos amigos, desataban tormentas y las apaciguaban con el tiempo, pocas veces evitaban alzar la voz para no perder el diálogo.
Estos dos niños, se reían de todos quienes nunca entendieron sus juegos, sus locuras, de quienes nunca compartieron un sueño. Ambos bien sabían que más allá de sus vidas hoy, se encontrarán en destiempo, atemporal sentimiento impreciso en el tiempo, infinito en el tiempo…
Sabían que se tenían y les gustaba jugar con fuego.

G. F. Degraaff