He vuelto

He buscado, contraído, la versatilidad de mi derrota, y he sentido el placer de desaprender. Ahora vuelvo, con el calor de un claro mensaje.

Nadie ha visto nevar desde el cielo (III parte)

Una calurosa noche de verano, el niño cenaba misteriosamente en silencio, envuelto en una profunda angustia. Su padrastro bien conocedor del temperamento del niño no tuvo remedio en preguntar las razones de su abatimiento. -¿Qué te sucede hijo mío? preguntó con cierto temor. Silenciosamente el niño levantó su rostro y las lágrimas irredentas brotaron desde el vacío. -Hoy... mi madre cumpliría años. Los gemidos del niño se hicieron imparables y estalló en él el recuerdo de su madre. La sentía cerca, la extrañaba, la quería estrechar entre sus brazos con la fuerza de su alma, invitarla a leer alguna de sus poesías, que empapadas de cariño dedicaba a su memoria.

Conjuro a las nieves eternas,
La bendición de las perlas blancas
Madre de los colores del firmamento,
Alba de estrellas pacíficas.
Conjuro tu dicha, a cambio de mi fuego,
Que quema los baldíos de la soledad infinita,
Que quema las hojas de vientos antaños.
Volátil tu mirada hipnotiza,
como el rumor de un sueño misterioso,
viajante de nobles laberintos.
En tus manos una rosa marchita
de alguna pradera en ruinas,
de algún valle silencioso.
Aclamo entre pétalos heridos
el regreso de mi sutil adicción,
de la oscura estratagema
de tu panegírico ilustrado.
Diosa querubín alabada,
adorable suscitadora de magia,
poseedora del Universo.
Alada mía,
Basta contemplar un segundo,
(alardeada belleza impregnada)
tus ojos de inocencia divina,
observo un segundo
el cielo de tu recuerdo...
madre,vida.


Cada año, la ambición de crear la mas bella poesía para su madre se había convertido en la tarea mas ardua del niño. Trabajaba en sus obras pero dedicaba su energía a dar a luz a los versos mas hermosos, a utilizar eficientemente sus metáforas, a llenar el vacío que la falta de su madre le había legado, a través de mágicas palabras que la revivieran aunque solo un instante, en su memoria.
Habiendo sucumbido a su poderosa obsesión de reinventar la poesía, de revivir a su madre a través de sus maravillosos relatos, el niño se sentía perdido. Había abandonado la escuela luego de dos años de intensos esfuerzos, para internarse en su habitación intentando encontrar aquella piedra filosofal que traería a la vida a su madre y a su padre, que los reuniría en la eternidad, basándose en la imaginación y en el poder de las palabras. Cada historia que escribía poseía el latente deseo de estrechar sus brazos. Habíase perdido en la semilocura del artista. Su padrastro no tenía ya acceso a su vida. Vivía en penumbras escribiendo en silencio. La fuerza que tenían sus actitudes habían destruido la influencia de aquel hombre sensible que cuidaba de él. Ya no acataba órdenes, era un pequeño solitario. Con la intensa voluntad de un líder.
Cierta vez su padrastro destrozó la puerta de su habitación temiendo que después de dos días sin comer se hallara en un crítico estado mental. Al encontrar al niño sentado entre miles de hojas escritas por su pluma y casi sin fuerzas, decidió internarlo en un asilo para niños con problemas mentales. Decisión que repercutiría en el niño haciéndolo inaccesible. Sus recuerdos habían estado consumiendo su mente, su pequeña mente que esperaba aún encontrar a su madre entre las personas que caminaban cerca de su ventana en la habitación del hospital mental del pueblo. Su padrastro intentaba hacerlo volver en si. Los médicos intentaban recuperarlo. El niño tenía un propósito. Habían aceitado todas las puertas de hospital para evitar el chirrido que hacían. El niño solo pedía agua. Ya no hablaba.