He vuelto

He buscado, contraído, la versatilidad de mi derrota, y he sentido el placer de desaprender. Ahora vuelvo, con el calor de un claro mensaje.

Pinceladas de oscuridad

Las voces rechinan un suplicio casi infantil, el viento frío, húmedo, sopla meciendo la copa del viejo árbol del jardín, a pesar de ello la tranquilidad hendiendo la atmósfera de lo mundano apacigua el canto de las aves que se posan sobre sus ramas.
Camino a la puerta trasera de la casa se forman hileras de hojas que caen sobre el rocío de la noche, todo es tan sutil, nada parece mutar, solo el tiempo quien perturba con su incesante movimiento y lleva el ritmo de mil cascabeles, logra disuadir el mecer del viejo árbol.
El artista entonces, toma su pincel y se alza en un vuelo innato, como el colibrí, se mantiene suspendido sobre las nubes de aire y contempla el hermoso valle de flores a su alrededor, mas no hay flores para este artista, su visión se encuentra obstruida de la realidad ajena, sus manos llevan la impronta del sacrilegio humano y gira alrededor de sosegadas angustias que reaparecen con las ventosas noches del otoño.
El pueblo lo desconoce, sus amigos fueron desde siempre las tristes vacilaciones de su vida, su arte, silencioso y volátil, parece haber sido creado por lágrimas de colores que buscan lo inalcanzable. En las noches, donde encuentra su anhelada tranquilidad, despliega sus sentimientos mas profundos, se sienta frente a su viejo árbol y destella pinceladas con aromas de antaño; es realmente hermoso y digno de una fiel observación en sus movimientos, aquel artista en su máxima expresión refleja, siempre acompañado de la oscuridad que lo rodea y abraza su velo, el solemne espíritu de la fantasía, de lo ilusorio, de la magia que brota desde aquel despertar de emociones que solo el artista muy bien conoce.
El amanecer lo entristece. El cándido rayo de luz ámbar que nace desde oriente desvirtúa su arte, lo llena de nostalgia y lo hunde en lo profundo de su océano. Con la luz comienza la labor diaria, los ruidos de la contienda social lo enmudece con su necedad, y su semblante, por las noches sublime, parece expiar con las horas del sol.
El artista duerme entonces. Cierra sus ojos y galopa por donde quizá sea su irredento paisaje, donde su mocedad intrépida encuentre su gaya ciencia, donde este huraño diurno acompañe con todos sus sentidos el camino de su existencia, a la búsqueda de sí mismo, que obviamente se encuentra más allá de lo interpretable.
El crepúsculo lo inmerge en su armadura, este guerrero del cenit regresa nuevamente a la oscuridad de la noche, aquella que lo enciende y abraza con su cálido aroma, vuelve a tomar su pincel, toma su lugar habitual y tras sus lágrimas comienza a plasmar sobre la tela de su atril las sombras que lo atormentan. Una vez más cubre su rostro de inocencia y tiene el poder de tomar los colores sobre la palma de su mano, de manearlos lejos de la superficialidad. Este convicto pasajero de la tristeza, que parece resucitar con cada trazo mira su pincel, su atril, su alrededor y no logra evitar que las lágrimas escapen de sus ojos y eleve su vista al cielo, tratando de olvidar todo aquello que ha aprendido, frente a su viejo árbol, comenzando cada noche a soñar.


G. F. Degraaff

1 comentario:

Carina Felice, Photography dijo...

Una vez vi ese arbol, manchado de acuarela, lleno de sonidos, presiento que esta cerca.
El artista lo sueña y sabe que no esta solo.

Namaste Gabi
:)