He vuelto

He buscado, contraído, la versatilidad de mi derrota, y he sentido el placer de desaprender. Ahora vuelvo, con el calor de un claro mensaje.

Recuerdos de una noche pasajera

La noche caminaba fría sobre el oscuro piso, reflejadas las estrellas el ambiente fulguraba destellos. El humo del cigarro consumía la voz en silencio. Lleno de miradas sin ojos, aunque no se acercaban cuerpos en la lejanía. Máquinas voladoras susurraban velozmente. Me detuve solo cuando debía saludar. Conseguí lo que no necesitaba y marché nuevamente, con rumbo a la tabaquería de una ciudad carente de bullicio. Más oscuro que la sombra me escabullí por pasillos largos, de paredes blancas sobre el piso húmedo. Mi cigarro en la mano me iba marcando el paso, y las piernas sin descanso sostenían el pesado cuerpo que sostenía mi cabeza. Las luces, el ambiente de un miércoles cerrado, lacónico y agitado, que como greda parecía disolverse en la lluvia nocturna de una luna pasajera, dejaban ver el interior de la casa de Salvador, quien esperaba por mí para comenzar la noche. Creo que él ya había arrancado. Bebimos y hablamos sobre las manchas azules de un viejo tomo del siglo XVII del alemán Shcubërtt, un famoso Alemán filósofo, dueño de una de las traducciones germánicas mas exquisitas, un volumen de los "antiguos opúsculos de la Biblia de Ulfilas", que había sido heredado de su abuelo. Mientras el tiempo se enredaba como los hilos de una marioneta entre nuestras mentes, decidíamos la partida. Al llegar a la playa del estacionamiento, un fantasma salió a nuestro encuentro invitándonos a servirnos de un canuto. Accedimos y salimos a toda velocidad al encuentro con las nubes. Debimos atravesar un largo horizonte para caer deprisa aplastando el cemento. Al llegar a un centro de luminarias tenues, mi razón comenzaba a vibrar en los bordes lejanos de lo desconocido. Ya nadie estaba conmigo. Nada parecía tragarse la miel de la que estaban hechos todos ahí afuera. Adentro la crema bebía champán. Entré, asombrado por una escalera que se perdía en la nada. La música de jazz me recordaba los viejos discos de la "Green Hill Instrumental Charleston", unos músicos de New Orleans injustamente perdidos en la historia. Los danzantes gemían de transpiración. No podían parar. Era una impresión desde luego. De a poco me senté en una pequeña mesa que simulaba ser inofensiva. Sentí el sitio de poder. La transpiración movía mis piernas -¡Estaba en lo cierto! La lejana sonrisa que tuve desde siempre acudió a mí desde el aire. Nadie la quitaría ya de su lugar. Estuvo conmigo hasta que las luces se apagaban por el sol. Caminé solitario perdido en el rumbo. Los cordones de mis botas habían sido decapitados. Era un gran alivio, al fin. Reconocí mi viejo frente. El de mi hogar. Pasé inadvertido entre la multitud que salía a mi encuentro. Encendí la luz, de un farol casi vacío. Observé con detalle y todo parecía en orden. Apagué el farol y guardé aquella sonrisa bajo la almohada, para recuperarla al despertar, para recordarla en mis sueños, para evitar que se apague. Al despertar ya no estaba. Se había ido conmigo a mis sueños. Y allí quedó. Ahora busco en mis sueños, aquella sonrisa que alguna vez encontré en aquel lejano recuerdo de una noche pasajera.

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